miércoles, 22 de septiembre de 2010

INSÓLITO BORRONEO

Escribe Walter Ernesto Celina
waltercelina1@hotmail.com – 21.09.2010

La denominada historia reciente no se encuentra a la vuelta de la esquina, pero no está tan alejada que imposibilite que los investigadores recojan testimonios auténticos.
Una interpretación rigurosa deberá basarse en la más amplia compulsa de los instrumentos que sirven a la ciencia histórica, como son los documentos del día a día y las versiones aportadas por los actores de carne y hueso.
Un diputado del oficialismo, ex militante sindical bancario de los años ’70, realizó apreciaciones denigratorias de la conducta de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT), que ante el golpe de estado de 1973, declaró la huelga general.
Un núcleo de ciudadanos que formaban parte de algunos de los sindicatos de la época, reivindicaron la estatura de la respuesta de la clase trabajadora y sus organismos de conducción.
A sus elementos demostrativos añado, modestamente, algunos de los míos.
Lo hago con la independencia de criterio con que siempre asumí no sólo la militancia gremial, cuando era estudiante, la sindical cuando fui adulto, y la política, en la que transité como joven batllista y, luego, como la de un izquierdista unitario, en todos los planos. Soy un hombre libre, sin más ataduras que con una línea de principios que mantuve desde muy temprana edad.
Los precenetistas y los cenetistas nunca transigimos con el avasallamiento de las libertades públicas y los derechos del pueblo uruguayo.
Desde 1959 participé de los históricos Plenarios Obreros Estudiantiles. Tenía una fundada esperanza en esta fuerza nueva. En 1951, presidiendo el Centro Universitario Mercedes, promoví la solidaridad con el querido gremio de estudiantes agrupando en su torno a los sindicatos locales. Un coletazo de la huelga que acompañamos en defensa de la autonomía universitaria, en dicho año, motivó una represalia que me costaría un año de estudios.
En octubre de 1965, ante movimientos de la soldadesca vernácula, varios gremios acordamos un paro de 24 horas en defensa de las libertades democráticas. Arbitrariamente se me separó del cargo en la Administración, con retención total de haberes por un año. Fui objeto de un crudo “sumario”, con conclusiones fascistoides, instruido en el Ministerio de Instrucción Pública por un Dr. De Posadas…
Con Alejandro Costanzo, del gremio de las telecomunicaciones de la época, promovimos la Confederación Intergremial de Funcionarios del Estado (CIFE) y, más adelante, la Unión de Organizaciones de Funcionarios del Estado (UOFE), hasta arribar a la Confederación de Organizaciones de Funcionarios del Estado, la tan denostada COFE de hoy, que no transige con el gobierno mujicano.
Orienté al Sindicato de Cuidadoras del Consejo del Niño, poniendo en marcha una potente columna de mujeres trabajadoras que cubrieron más de 10 años de luchas ejemplares. Fui secretario de la Asociación de Funcionarios del Consejo del Niño, hasta que llegamos a la formación de una más amplia entidad, la que agrupó a todas las unidades presupuestales del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
Adherimos a la huelga general y enfrentamos al ministro Dr. Marcial Bugallo, hombre de paja de los dictadores.
Pasé como detenido por el Cilindro Municipal, el estadio-cárcel. Fui penalizado por el Acto Institucional Nº 7, quedando destituido, medida que por extensión llegó a mi cónyuge. Sorteé severos apremios para vivir con decoro, manteniéndome en el país.
Hablo desde la dignidad con que mi conciencia me orientó en una época procelosa.
Como tantos, fui clandestino. Y hasta mi hijo, con poco más de 8 años, observaba la auto-vigilancia para asistir a la escuela pública.
J.J. Martínez, un comunista brillante de extracción anarquista, cuenta en Crónica de una Derrota, el comportamiento patriótico y leal con el pueblo uruguayo de los militantes cenetistas, en todas sus líneas. Y, diría -también- de los comunistas del nuevo partido que encabezara Rodney Arismendi, acompañado por Enrique Rodríguez, Gerardo Cuesta, José Luis Massera, Jaime Pérez, Alberto Altesor, Enrique Pastorino, Wladimir Turiansky, deteniéndome apenas en algunos, a quienes asistí como secretario de bancada parlamentaria.
Tras el cese de la heroica huelga general, proscriptas la CNT y la totalidad de los sindicatos clasistas, Gerardo Cuesta -del gremio metalúrgico- me comisionó su representación en un organismo sustituto que abogaría por el cese de las medidas liberticidas.
Promovimos gestiones y fuimos a discutir en las sedes de la Inteligencia Militar -de Bulevar Artigas y Gerardo Ramón- y de los Ministerios de Trabajo y del Interior.
Con el Cnel. Bolentini una delegación que, entre otros queridos compañeros integramos con Mario Acosta (de la Construcción) y Alfredo López (de la Industria Frigorífica), sostuvimos un diálogo ríspido, del que creímos no saldríamos sino para algún cuartel.
El vehemente coronel acusaba a José D’Elía -y demás dirigentes con captura requerida- de estar incursos en supuestos delitos, lo que rechazamos en forma contundente y activa con López. En un ataque de furia, Bolentini levantó la mano, bajándola violentamente sobre la enorme mesa de caoba que rodeábamos, gritando: -¡Paren, paren! ¡Qué vengan los taquígrafos! Tras el silencio, llegaron los amanuenses. Tal debate duró casi hora y media.
El brazo imperial era más fuerte que el nuestro. Poco o nada pudimos hacer.
Después de conceder un breve reportaje al Sr. Meyer, jefe de informativos de Radio El Espectador, aquella nochecita caminé cuadras y cuadras, cambiando de orientación, hasta que pude llegar a una finca de la calle Brecha. Allí me aguardaba Wladimir Turiansky para tomar las novedades.
Por esa época, Alfredo López participó de una reunión de sindicatos, convocada por el gobierno. Erguiéndose en la platea, con el dedo índice extendido hacia un grupejo de situacionistas, dijo que no lograrían embozalar a la clase obrera con gremios oficializados.
Esta es una historia nutrida con múltiples capítulos, colmados por un auténtico espíritu de clase que no supo de renuncios.
Comparto el rechazo efectuado por el núcleo de ex directivos de la CNT y, califico sin reticencia, como un acto de impudicia hacer borrones de tinta sobre páginas claras, insertas en las luchas de liberación de los uruguayos.
Me permito señalar, públicamente, la lealtad de los nobles compañeros que protegieron el secreto que me vinculara a ellos. Cito a Gerardo Cuesta y Wladimir Turianky, entre varios con los que mantuve contactos frecuentes. Muchos de ellos soportaron los vejámenes inauditos que imperaron en las ergástulas de la tiranía.

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