En la nota Una novelista en Butantan informé sobre la actividad literaria de la bióloga riverense Soledad López y de su obra Marisol y las serpientes, la que transcurre en el gran escenario brasileño del Instituto Butantan y la Amazonia.
No corresponde a este comentario develar la trama de la novela que entra a circular; ni por razones de espacio, invadir el área de la técnica literaria.
Parece sí, conveniente, exhibir el valor altamente instructivo de muchas páginas, en una combinación no frecuente de escritura de ciencia y juegos imaginativos.
A fin de ilustrar, escojo dos pasajes.
1.- “…Era Creusa, quien venía a buscarme para que asistiera a la extracción de veneno de algunas serpientes, tarea que se realizaba una vez al mes y que estaba a cargo de dos científicos a quienes conocí.
Cuando entramos al laboratorio, los dos vestían túnicas, tapabocas y unos guantes especiales. Dos mujeres auxiliares, preparaban los tubos de cristal, rotulados de antemano, donde sería introducido el veneno de cada serpiente.
El Dr. Beraldo, jefe del Instituto, manipuló con destreza una vara con una horquilla en la punta, la que presionó sobre el cuello del ofidio, inmovilizándolo y obligándole a abrir la boca. Hecho esto, introdujo el tubo bajo los colmillos, presionó otra vez y la serpiente dejó caer, gota a gota dentro del tubo, su mortífero veneno. La operación se repitió durante horas, con diferentes especies. Yo asistía expectante a este trabajo lento y minucioso, aunque a veces un escalofrío de espanto y fascinación recorría mi cuerpo.”
2.- “…Por la mañana, luego de compartir la tarea de alimentar a las serpientes e ir anotando en mi agenda los datos científicos que esta actividad investigatoria me proporcionaba, salí a caminar por los senderos arbolados. Aunque el calor era casi insoportable, la fronda de los altos y robustos árboles proyectaba su sombra generosa, bajo la cual me cobijé.
Estuve revisando datos y anotando otros que me parecían relevantes. Mientras lo hacía, un pájaro asustado, luego de emitir un graznido de alarma, batió las alas y se alejó en vuelo rasante.
Me dispuse entonces, a regresar al laboratorio. Una flor inmensa, de color azulado, llamó mi atención. Era exótica y exuberante, algo que jamás había contemplado. Me acerqué y cuando me disponía a fotografiarla, algo se movió entre la hierba. Sentí un dolor agudo en el tobillo, y descubrí, casi a mis pies, una serpiente de colores llamativos que escurriéndose velozmente desapareció entre las plantas.
Grité con todas mis fuerzas mientras me tendía en el banco de cemento, quedándome inmóvil. De inmediato, el Dr. Berarldo manejando una ambulancia se acercó a mí. Aterrada, le conté lo sucedido; en mi tobillo levemente tumefacto dos pequeños agujeros mostraban claramente las huellas de colmillos. Tomándome en sus brazos y sin perder un segundo, me depositó en la ambulancia dirigiéndose al laboratorio. Allí me inoculó suero anti-ofídico y me ordenó reposar en la camilla. Me dio a beber una jarra de un líquido ámbar y se sentó a mi lado. Comenzaron a nublárseme los ojos y perdí la conciencia.
Fui recobrándola de a poco, entre vapores blanquecinos, manchas borrosas a mi alrededor y voces que sonaban en sordina pero imbuídas de esa dulzura que encierra el idioma portugués. Abrí los ojos y al primero que vi fue al Dr. Beraldo, a su lado estaba Creusa y dos enfermeras sonrientes. Miré hacia mi tobillo y lo vi tumefacto, de color morado y también vi la jeringuilla del suero pinchando mi pierna, que apenas sentía.
¡Qué ironía! pensé; mordida por una serpiente en el propio serpentario.
Estuve bajo observación del especialista durante 48 horas, por si presentaba alguna complicación infecciosa…
…La dirección del Instituto llegó a la conclusión que a algún colaborador anónimo, de los muchos que llevan especies como donación espontánea, se le hubiera escapado el ofidio y, por temor o ignorancia, no realizó la denuncia correspondiente.
La seguridad que rodea al Butantan, cubre y elude cualquier tipo de riesgo.”
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