viernes, 26 de octubre de 2007

LA TV RELEGA A LOS ARTISTAS

Escribe Walter Ernesto Celina

Uno de los aspectos en que los artistas nacionales aparecen relegados es el que tiene que ver con su casi nula presencia en los programas de televisión.
La utilización comercial de frecuencias de transmisión opera sobre un bien social. En contrapartida, por ese uso con fines de lucro privado, los concesionarios deben aplicar recursos humanos locales en las áreas artística, profesional, técnica, cultural.
Asimismo, los órganos públicos competentes (Ministerios de Trabajo y Seguridad Social, de Educación y Cultura, URSEC, etc.) están llamados a asegurar una racional protección de la vasta gama de trabajos del quehacer artístico.
Sin embargo, hasta ahora, su vocación ha sido tan débil como nula.

La Convención para la Protección y Promoción de la Diversidad Cultural (UNESCO) fue ratificada por Uruguay.
Dicha legislación determina el derecho de las naciones a fijar políticas culturales con el objeto que no sucumban sus raíces vernáculas, donde se fincan elementos íntimos de las identidades.
Más aún: la Carta Cultural Iberoamericana (Montevideo, 2006) distingue a los medios de comunicación como partícipes en una misión de servicio público cultural.
A contrapelo de lo que viene de citarse, cada canal privado de televisión emite un promedio de 8 horas diarias de ficción extranjera, equivalentes al 50% de la programación.
El envasado foráneo desplaza y relega a los creadores uruguayos.
Esa producción goza de resguardos en los países de origen, disponiendo de recursos diversos. Entre ellos, uno: el pago por las emisoras de un gravamen, proporcional al monto de sus facturaciones anuales.
Las televisoras funcionan, en general, como repetidoras del trabajo generado fuera de fronteras. Ello va en desmedro de los agentes culturales locales.

La Sociedad Uruguaya de Actores (SUA), entre otras demandas, promueve ante las autoridades competentes reivindicaciones muy justas:
1.- Reservar un porcentaje del 5% de la venta del espacio publicitario, en el ofrecimiento diario de ficción, no inferior a 20 Unidades Reajustables (UR) la hora. Los recursos obtenidos serían destinados a la promoción de la ficción nacional para televisión.
2.- Determinar una cuota-pantalla de ficción nacional.
3.- De no disponer los canales de producción propia de ficción, establecer un régimen de adquisición de materiales a realizadoras locales.

No se trata de pretensiones desmesuradas. Puede apreciarse que protegiendo y cultivando los valores nacionales, se promueve la soberanía cultural.
Recogiendo el preclaro mandato artiguista de ser “tan ilustrados como valientes”, importa decir que, para serlo, el país no puede desatender los rubros culturales.
Es hora de exigir a la televisión lo que ella ha podido dar y hasta ahora no ha brindado.

waltercelina1@hotmail.com

martes, 23 de octubre de 2007

LA VOZ DE LOS ARTISTAS

Escribe Walter Ernesto Celina
De seguro, será posible concordar con los lectores en estas dos afirmaciones sustanciales:
1) La cultura es un bien que enaltece la condición de cada individuo y, 2) La cultura es, asimismo, un bien eminentemente social (por tanto compartido), que potencia la capacidad realizadora de un país. Es pues, la condición para un desarrollo incesante.

La cultura supone un disfrute, siendo -a la vez- una necesidad.
Uno de sus grandes impulsores es el sistema educativo, aunque aquella no depende exclusivamente de él.
En política: ¿Cuánto se piensa, se proyecta y se hace por este instrumento de transformación genuina?
Las acciones creadoras que movilizan agentes culturales, privados y oficiales, no han desaparecido del escenario nacional. Más: podría decirse que florecen en cada estación, más allá de las alternativas de un clima, no siempre adecuado para los emprendimientos y sustentación de los talentos.
La suma de generosos impulsos no supone -por encima de su importancia real- la existencia de un modelo o proyecto cultural nacional. Las realizaciones surgen al margen de cualquier idea de coordinación o planificación integradora.
Cabe afirmar que este estado de cosas afecta, de modo directo, a los artistas de los más diversos géneros.

Recientes acciones de sensibilización de la opinión ciudadana, llevadas a cabo por la Sociedad Uruguaya de Actores (SUA), a la que sumaron su concurso la Asociación Uruguaya de Músicos, la Asociación de Danza del Uruguay, la Federación de Teatros Independientes, la Asociación de Teatros del Interior y los Directores de la Asociación de Espectáculos Carnavalescos puso de relieve, negro sobre blanco, la inexistencia de una Ley de Seguridad Social y del Trabajo para el importante grupo de los gestores culturales.

Nuestros artistas están discriminados: carecen de un sistema de salud y de previsión social. Viven un desamparo dramático. Y la cultura, que es el objeto de su labor, no tiene en el voluminoso Presupuesto Nacional norma alguna referida a la forma de producir y proteger los elementos constitutivos de este gran patrimonio, enraizado con la identidad uruguaya.
En los ámbitos de los Ministerios de Trabajo y Seguridad y de Educación y Cultura -menos en éste que en el primero- se han venido manejando fórmulas para un anteproyecto que atienda los problemas expuestos.
Se trata de esbozos para dar garantías mínimas a los trabajadores de la cultura, comenzando a reconocer derechos elementales.

Por unos días los artistas ganaron la céntrica Plaza de Cagancha, difundiendo sus aspiraciones y dialogando con el público. Fueron acogidos con natural simpatía por los ciudadanos.
Es deseable que, a la brevedad, el Poder Ejecutivo pueda enviar al Parlamento las iniciativas atinentes a los puntos comentados.
La atención a los artistas nacionales no será promover privilegios, sino acordar pautas para poner en práctica una legislación adecuada a la especifidad de las tareas.
Volvamos al principio. Estimulando a los actores -de todos los géneros- se cimentará la cultura, que es el gran motor que hace que las naciones asciendan a mejores destinos.

jueves, 4 de octubre de 2007

RETRATO DE SITUACIÓN

Escribe Walter Ernesto Celina

Al promediar septiembre, siendo las 06.45, salgo de la Terminal “Tres Cruces”. Camino por la calle Ferrer Serra y, antes de llegar a Acevedo Díaz, advierto que se levanta sigilosamente la tapa de un contenedor de basura. Afuera no hay nadie.

Desde el interior de la caja, la cabeza de un hombre joven asoma sus ojos. Mira despaciosamente. Diría que con la misma cautela con que había abierto el receptáculo.
El nauseabundo cajón de desperdicios había oficiado de casa-habitación para un ser humano.
Hechos similares se repiten por otras partes de la ciudad, configurando una acusación social ilevantable.
Por esos días, un senador dio rienda suelta a sus impulsos de escritor, publicando el 13 de septiembre (1) una nota política titulada “El contenedor”.
Haré abstracción de la materia que trata. Me quedaré sólo con la descripción efectuada por el legislador. Y paso a transcribir:

“...la imagen del contemporáneo contenedor municipal de basura: su presencia en nuestras calles ya forma parte del paisaje montevideano. Lamentablemente acompañada por la de los hurgadores de basura, que también forman parte inseparable de nuestro dibujo urbano.
Hombres, mujeres y niños, perros, caballos, bicicletas, carros y carritos de todo tipo y la nueva herramienta, dechado de la tecnología nacional: el gancho para hurgar. Los hay (ganchos) muy variados sobre el modelo clásico: sin mango, con mango de madera, de trapo, de papel... Diversas mejoras para hacer más eficiente y confortable la herramienta que da de comer a miles de familias uruguayas que viven de eso: la basura.
Podemos verlos también de cabeza en el contenedor, las piernas colgando, gracias otro avance de la tecnología nacional: el palito, con la medida justa y las ranuras adecuadas que, mientras tanto, mantiene abierta la tapa para mejor comodidad en el trabajo.
Los hay que se meten de cuerpo entero, directamente en el contenedor, y también hay quienes allí pasan la noche de invierno durmiendo.
No cabe duda: los contenedores han sido todo un avance. El progreso propiamente dicho...”
Los detalles pueden resultar molestos, desde que la función de un hombre público debe ser otra, muy distinta a la de un relator, que parece por momentos regodearse con las características de los adminículos usados para escarbar en los deshechos. Dejo de lado, asimismo, la consideración de este aspecto.
Importa, sí, el retrato de situación. Invita a entender la dura realidad en que viven tantos compatriotas. Y a no desviar la vista, gobernantes, opositores y ciudadanos.
Lo mostrado es una irritante lesión a los derechos humanos; un descaecimiento social, muy agudo, que la sociedad debe corregir.

(1): “La República” – Senador Eleuterio Fernández Huidobro.

waltercelina1@hotmail.com

miércoles, 3 de octubre de 2007

LA CONCEPCIÓN HUMANISTA DEL DR. ALFREDO ALAMBARRI

Escribe Walter Ernesto Celina

En 1956 el entonces presidente del Consejo del Niño, Dr. Alfredo Alambarri (1), creó a modo de ensayo varios servicios asistenciales. Uno de ellos lo denominó Brigada Móvil de Acción Social.
El Estancamiento productivo y la merma en las colocaciones de la producción nacional en el exterior, más la caída de los precios internacionales, jugaban a la contracción de la economía.
El funcionamiento de las familias experimentó la presión de estos factores que, entre otros, se manifestaron expeliendo niños a las calles, especialmente en Montevideo, aunque el fenómeno se visualizaba, asimismo, en el Interior.
La Brigada Móvil integró a personas de buena voluntad y adecuada preparación.
Comenzó a operar como un instrumento social activo. Recorría los barrios capitalinos, detectaba menores que permanecían fuera de sus hogares. Orientaba a las familias. Brindaba socorros y estímulos. Cohesionaba grupos humanos desarticulados.
Sostenía el Dr. Alfredo Alambarri que “el Estado no debía renunciar a sus funciones tuitivas sobre la minoridad” y que, por consecuencia, se hacía menester “ir al encuentro de los problemas de la sociedad”. Se trataba de reencausar a los núcleos parentales con dificultades y proteger a niños y adolescentes de los efectos perniciosos de la vagancia y de los “trabajos”, muchos de los cuales encubrían la explotación de personas de corta edad por mayores. Abogaba el insigne pediatra social por medidas que permitieran devolver a los niños a su medio natural, junto a sus padres o, en su defecto, para que fueran acogidos en algunos de los tipos de “hogares sustitutos”, evitando internaciones.
Tanto en Ituzaingó, donde estaba emplazado el establecimiento “Martirené”, como en Montevideo, fueron instituídos agrupamientos dirigidos por matrimonios, algunos formados por maestros, donde transitoriamente eran alojados los menores en estado de abandono.
La repartición creada funcionó con escasísimos recursos y con personal honorario, en su mayoría.

Orientaciones distintas se sucedieron en el organismo de la infancia tras el alejamiento del Dr. Alfredo Alambarri y, aunque la Brigada Móvil no desapareció, subsistió discretamente.
Importa decir que la noción básica, de raíz humanista, acerca de la irrenunciabilidad de las tareas protectoras del Estado respecto a la niñez, estaba establecida de modo sólido, al menos teóricamente. Nadie la objetó desde el punto de vista jurídico, lo que hace a una orientación honrosa del derecho uruguayo, así como a una práctica con pasajes muy enaltecedores.
El principio tuitivo cruzó, pacíficamente, el escenario nacional por unas cinco décadas, como mínimo, más allá de aciertos o de insuficiencias organizativas o institucionales que siempre es posible advertir.
Nadie sostuvo que el niño lanzado a la vía pública no debía ser protegido con inmediatez.

Otros vientos soplaron y, un mal día, la concepción pareció tambalearse. Fue cuando el jerarca del Instituto Nacional de la Niñez y la Adolescencia (INAU, sucesor del INAME y del Consejo del Niño) manifestó que no se sentía obligado a conceder la necesaria asistencia a los menores incursos en abandono callejero.
Un Fiscal recogió el guante, señalando luego la Justicia que el INAU no puede resignar unas de las labores que fundamentan su propia existencia. Los menores que padecen el debilitamiento de sus vínvulos familliares o los tienen destruidos, tienen que ser amparados.
Así las cosas, los puntos fueron colocados sobre las íes, volviendo las cosas a su lugar.

Extraña concepción la de quien, por un instante, pensó que no debía hacer lo que estaba en la tapa del libro: brindar atención, como un buen “pater familias”, a todo menor que carezca de un ámbito acorde para crecer en salud y desarrollar de su personalidad modo pleno.
Un yerro lamentable y, al fin, una decisión plausible.
Ahora, lo importante, es que se cumpla.

(1): Diputado batllista en la legislatura 1950-54. Accedió a la dirección del Consejo del Niño bajo la presidencia de Andrés Martínez Trueba, permaneciendo en el instituto hasta el advenimiento del gobierno blanco-chicotacista. Defensor de los principios de laicidad, sus ideas entroncaron con las concepciones varelianas y el pensamiento social avanzado de su época, adelantándose con nociones hoy firmemente admitidas en los planos pedagógicos y de la pediatría social.
Sus primeras obras pioneras tuvieron lugar en los Establecimientos “Chopitea” y “Vizcaíno” de la ciudad de Mercedes, donde dejó la marca indeleble de su inteligencia puesta al servicio de una sociedad más justa, inspirada por los principios del bien público.
Sufrió interrogatorios y detención por su oposición al autoritarismo de los años 70 y su adhesión a las ideas de libertad. Condenó al bordaberrismo y emigró del Partido Colorado y la Masonería.

waltercelina1@hotmail.com