viernes, 21 de diciembre de 2007

MERCEDARIOS TRAS UN DISCÍPULO DE ANTONIO GAUDÍ

Escribe Walter Ernesto Celina

ALGO PARA RECORDAR

La escuela arquitectónica modernista catalana tuvo en Antonio Gaudí, Luis Montaner Domenech y José Puig Cadafalch tres formidables puntales.
En el medio siglo que va desde 1880 a 1930 ellos constituyen el verdadero eje de una tendencia que rompe las viejas formas de la construcción. Quiebran el tradicionalismo, aportando como señal distintiva elementos estéticos, en los que casi siempre aparece la valoración de la naturaleza.

En el acto de graduación de Gaudí, en 1878, el Director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona dijo del novel profesional: “Hemos dado un título a un loco o a un genio.”
Fue, precisamente, lo segundo.
Aquella mente singular tomó a su cargo, en 1883, las obras -iniciadas hacía poco- de lo que se transformaría en el famoso Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, una irrepetible proeza de destreza e imaginación y uno de los monumentos históricos de la humanidad más visitados en la vieja Europa. Paradojalmente, aún inconcluso.

EN EL CENTRO CULTURAL DE ESPAÑA
No fue para hablar en detalle de Gaudí que un conjunto de mercedarios asistió, días atrás, a una de las salas de conferencias del Centro Cultural de España, ubicado en el corazón de la Ciudad Vieja montevideana.
Luis Alberto Morales Carrea, licenciado en letras, y Manuel Santos Pírez, profesor e historiador, oriundos de Mercedes (Uruguay), pusieron en escena la personalidad de Francisco Antonio Matosas Amat, nacido en Badalona (España), el 20 de mayo de 1886.
Venido de la península ibérica, Matosas hace su primera radicación en Santiago del Estero (Argentina). Permanece allí desde los años 1909-10 a 1916-17, estableciéndose después y, definitivamente, en Mercedes.
Su peculiar estilo aparece en distintas obras dejadas en Argentina, pero será en Mercedes y en estancias vecinas a la ciudad donde se encontrarán piezas y trabajos definitorios de su concepción constructiva y plástica, con claros rasgos de haber abrevado en la escuela de Gaudí.

UN LIBRO DE INVESTIGACIÓN

“Matosas, el constructor” es un libro que trae una copiosa información y ricos testimonios de familiares y personas que conocieron íntimamente o trataron con habitualidad a Don Francisco Antonio Matosas Amat.
Luis Morales Carrea tuvo la capacidad de rastrear en profundidad los antecedentes disponibles, amalgamándolos con fotografías de fachadas, así como con las de esculturas, frisos, bajo relieves, detalles particulares, etc., de donde surge el perfil de una producción que insumiera decenas de años y las aristas de la personalidad del creador.
La masa de datos acumulados es muy valiosa y constituye una herramienta preciosa para proseguir indagaciones sobre una visión filogaudiana y muy personal del brillante ejecutor catalán.
Puede afirmarse que, a partir de esta invalorable contribución, será posible acceder, con nuevos trabajos, a una caracterización técnica más exacta de la disponible hoy, para ubicar al maestro en el cuadro de los pioneros de la estética constructiva de la primera mitad del siglo XX en el Uruguay.

RASTREADORES DE UNA HISTORIA SIGNIFICATIVA

Es por el testimonio del Sr. Humberto Nazabay -presente en el acto de referencia con su esposa, la Sra. Coti Acosta-, que Matosas recordaba sus labores de picapedrero en canteras españolas, lo que le permitiera el contacto con arquitectos, escultores y especialistas de la escuela barcelonesa.
Recordaba el Prof. Manuel Santos Pírez -dilecto compañero de barrio en tiempos adolescentes-, que el Dr. Eugenio Petit Muñoz, integrando mesas examinadoras de historia, aconsejaba a sus colegas recoger siempre los antecedentes y asentarlos de manera fehaciente, como forma de defender con mayor exactitud la verdad. Atribuyó, como especial mérito de la labor de Luis Morales, que hubiera apelado al recurso de aquel sistema aconsejado, para integrar con amplitud atrayentes pasajes de un operario de la construcción, poseído de una genialidad inusual.
En su época, los trabajos de Matosas despertaban, de primera intención, asombro por lo que no se acababa de entender bien. Un ser mitológico, una escena religiosa, unos símbolos esotéricos y figuraciones menos comunes, sorprendían. Interpretar aquellos ámbitos, resaltados por colores no habituales, con un fuerte acento en los rojos y los ocres, no estaba al alcance de todos hacerlo.
Hoy siguen asaltando a quien los ve. Admiran y deleitan.
Manuel Santos Pírez fue el primero en reseñar las creaciones matosianas en contribuciones periodísticas, después recogidas en publicaciones nacionales.
Su ex alumno, valido de su saber académico, pone ahora, bajo un haz de luz, la labor de aquel forjador severo que fue Don Francisco Matosas.


LA EXPRESIÓN POR EL ARTE

Como uno más, puedo dar fe de la labor de este auténtico trabajador. Viví muy cerca de su domicilio y nuestras familias se trataron muy amistosamente. Conocí a sus descendientes.
Vi cruzar a Matosas por las calles mercedarias, con la antigua indumentaria blanca, característica del gremio de los albañiles más calificados; casi siempre acompañado por su fiel oficial y amigo, el Sr. Vallejo.
Matosas vivió horas duras en su España natal. Época de ásperas represiones antiobreras. Asistió al parto de la nueva arquitectura y al sueño político del mundo trabajador de los años 17 del siglo XX.
Como emigrante conoció las inestabilidades económicas del sistema de dependencia de la América Nueva.
Fue un individuo indoblegable, un esteta y un pensador que levantó su tribuna sobre los andamios. Estuvo identificado con los anhelos de libertad.
Muy seguramente, fue embuido de este sentimiento, que dedicó la escultura al aviador Luis Tuya Martínez, en la ochava de la calle Florida (hoy Castro Careaga) y Rivera. Se trataba de un homenaje al mercedario que quebró sus alas en defensa de la República Española, formando parte de las Brigadas Internacionales.
De Matosas se ha de seguir hablando.

FICHA
Las 325 páginas de “Matosas, el constructor” tienen la autoría de Luis Alberto Morales Carrea. Pertenecen a Ediciones Cauce. La impresión es de ZonaLibro, Montevideo. Noviembre de 2007. Valor $250.
waltercelina1@hotmail.com