miércoles, 8 de septiembre de 2010

UNA NOVELISTA EN BUTANTAN

Escribe Walter Ernesto Celina
waltercelina1@hotmail.com
– 05.07.2010

SOLEDAD LOPEZ VIAJA CON MARISOL
Verdadero o falso, Marisol partió del Aeropuerto Internacional de Barajas (España), arribando al de Congoñas (Brasil), donde la esperaba otra bióloga que la llevaría al Parque Butantan (San Pablo).
Soledad López es una prolífica autora riverense, de profesión investigadora en ciencias, quien ha librado un magnífico relato didáctico, donde como en un caleidoscopio se entrecruzan historias de su labor, con escenas de la vida íntima, tejidas con tierna naturalidad.
Acaba de entregarse al público el título Mirasol y las serpientes, en edición de Tradinco (Montevideo), de 160 páginas.
La escritora divulga su producción desde 1960, en que aparece un volumen de poemas, seguido, en 1961, de una novela social. Cultiva la literatura infantil y el cuento. Traduce del portugués y publica con otros autores. Es distinguida en Brasil en 1986. En Uruguay alcanza reconocimientos del Ministerio de Educación y Cultura, la Intendencia Municipal de Rivera y entidades locales.
Y bien, en el gran parque paulistano al que llega Marisol, se encuentra el Instituto Butantan, centro real de referencia científica mundial, productor de sueros antiofídicos.
ANTES DE ENTRAR A BUTANTAN

Valgan unos puntos suspensivos al asunto central para recordar qué son los ofidios o serpientes.
Pertenecen a la clase de los reptiles. Presentan cuerpo alargado, generalmente cilíndrico, con achatamiento lateral en los tipos arborícolas y marinos. Ápodas, no disponen de extremidades externas, aunque algunas conservan vestigios de patas traseras (fenómeno de “adaptación” estudiado por Charles Darwin). De modo periódico cambian la piel y la cubierta córnea exterior, comprendida la membrana transparente protectora de los ojos, los que careciendo de párpados móviles permanecen constantemente abiertos.
La serpiente contrae sus músculos para generar una serie de ondulaciones que le permiten avanzar, trepar o nadar. Pueden poseer hasta 400 vértebras, lo que asegura flexibilidad en los movimientos. El sistema vertebral facilita la acción de músculos poderosos, responsables de la locomoción, la captura de presas y su ingestión
Las piezas del cráneo gozan de gran movilidad y pueden dislocarse en varias direcciones Ambas mandíbulas cuentan numerosos dientes afilados, similares a agujas, curvados hacia atrás en dirección al fondo de la boca. Están dispuestos en seis hileras paralelas al eje longitudinal de la cabeza. Dos hileras a ambos lados de la mandíbula superior y una en la inferior. Excepto en las especies venenosas, los dientes son macizos y se reemplazan cada cierto tiempo. Cuando realiza la captura, los dientes curvados le posibilitan firmeza en la sujeción. La presa muere rápidamente y es engullida por movimientos alternos de las hileras de dientes, que hacen que entre en la boca.
Las especies venenosas tienen dos dientes huecos, denominados colmillos, en cierto modo similares a una jeringuilla hipodérmica, que se sitúan en la parte delantera de la mandíbula superior.
Las cobras y las serpientes de coral representan al grupo de los proteroglifos. Sus colmillos no son móviles, sino que están constantemente erectos. Se conectan por un conducto a dos glándulas venenosas -salivares modificadas-, ubicadas a ambos lados de la cabeza y detrás de cada ojo. La serpiente tiene que morder para inyectar el veneno. Pueden morder en cualquier momento y desde cualquier posición, aún debajo del agua. Atacan desde una posición defensiva Se enroscan sobre sí mismas y proyectan su cabeza y parte del cuerpo hacia la víctima. Al emerger la cabeza desde los anillos, el animal lleva la boca abierta de par en par.
Una modificación, presente en las especies arborícolas, les permite emitir un chorro de veneno hacia los ojos del enemigo, pudiendo ocasionar ceguera.

REFLEXIÓN EN EL PARQUE CIENTÍFICO
En el inicio de su aventura, cuenta Marisol: “Subimos al coche rojo de Creusa la que, pisando el acelerador, salió en disparada hacia la carretera que nos llevaría hasta el Butantan, que acababa de cumplir 100 años. Mientras nos dirigíamos hacia allí, supe que además del serpentario al aire libre, el Instituto tiene un Museo Biológico, con 54.000 ejemplares de serpientes vivas traídas del mundo entero; de ahí su atractivo turístico, recibiendo medio millón de visitantes anuales.
Antes de aceptar la invitación, decidí actualizar mis conocimientos sobre ofidios. Supe que hace 130 millones de años que habitan la tierra. Llegaron antes que los dinosaurios, sin embargo, aún se conoce poco sobre ellos. Uno de los rasgos característicos es que cuanto más colorida es la serpiente, más venenosa es.
En Brasil, existen 300 especies, de las cueles 65 son ponzoñosas. Las variedades están distribuidas por todo el territorio, aunque las más destacadas son la gigantesca sucuri, que habita la floresta amazónica; la jararaca, que pese a habitar en todo el territorio, se concentra en la mata atlántica y la cascabel, que se oculta en los cerros pedregosos.
Cuando llegamos a Butantan, nos recibió su director Dr. Wilson Beraldo y su asistente el también científico Sávio Santana. Con ellos recorrimos el serpentario donde, alojados en cajas de cristal, reposaban cientos de ofidios.
Luego de interiorizarme de los pormenores de su funcionamiento, decidí recorrer sola el museo. Amplias avenidas arboladas con caminitos estrechos invitaban a curiosear las diferentes áreas que allí funcionaban.
Carteles indicadores, llamaban la atención a los turistas para que tuvieran sumo cuidado y no se aventuraran más allá de lo permitido.
Busqué el área donde se exhibían todas las especies de las cobras más venenosas. Una naja azulada, cuando me vió, comenzó a hinchar su cuello mientras sus ojillos crueles se posaban sobre mí. A su lado, en una caja de cristal donde habían introducido un tronco de corteza anaranjada, una pitón dormitaba plácidamente enroscada. Debía medir, por lo menos, 4 metros y medio y su cuerpo era casi tan grueso como el tronco de un árbol.
Pero lo que me llamó la atención, era un único ejemplar verde oscuro de una serpiente no muy conocida. Con precaución me acerqué a leer el cartel indicador donde se esclarecía: mamba, especie que habita algunas regiones africanas, la más mortal de todas. Suele llamársele “boca negra” porque el interior de su boca es de ese color. Su picadura es tan ponzoñosa que mata en pocos minutos.
Hombres y mujeres con delantales azules entraban y salían del edificio, en un trajín afanoso.
A mi lado, cruzó un joven mulato, llevando una enorme jaula llena de ratones. Al notar mi gesto de sorpresa, explicó en un cadencioso portugués:
-É para as cobras.
-¿Son el menú diario?,
pregunté con una mueca de repugnancia.
-Sim.
Soledad López, investigadora y novelista, tiene muchísimo más para relatar de ésta, su más reciente obra.-
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