Escribe Walter Ernesto Celina
Las elecciones celebradas en Francia terminaron por ungir a la presidencia al conservador Nicolás Sarkozy.
El proceso político-electoral invita a examinar esta experiencia que concluye por alinear al país europeo en la órbita de Washington, en forma neta.
En un plano general, cabe recordar que el resultado se obtiene con un marco de sufragantes del 85,97%, habiendo alcanzado el ganador 2 millones de votos de ventaja sobre su oponente, la socialista Sègoléne Royal.
Sarkozy desmintió la tendencia por la que el partido gobernante suele ser derrotado en la elección siguiente. Ex ministro de Jacques Chirac, el nuevo vencedor se desmarcó de su correligionario y se inspiró en las viejas lecciones de la política estadounidense. Dio en el clavo, pasándole la cuenta a la izquierda y, en especial, al Partido Socialista Francés.
Captó aliados en el centro y dentro del partido al que, ¡oh! ironía, tenía frente a sí y se le oponía con fuerza.
No en vano sentenciaba: “Estaremos orgullosos de ser el partido del movimiento. Los socialistas se volvieron conservadores”.
Designó a sus enemigos y se aprestó a levantar el fantasma del Mayo Francés del ‘68.
Presentó a una derecha desacomplejada, tanto como para exhibir a sus amigos millonarios. Redefinió la cuestión social de modo que la línea de separación ya no fuera entre ricos y pobres, capital y trabajo, sino trasladando el antagonismo a segmentos de la escala social baja, entre ellos a la parte “ya harta de hacer esfuerzos” y la “república de los asistidos”. Desplazó los ejes más clásicos.
Cabe traer a colación que Richard Nixon -en 1968- glorificaba en su campaña a “la mayoría silenciosa”, a “la que no grita”, a “los olvidados”, a “los que no manifiestan”.
Los tumultos en los suburbios de octubre y noviembre, fueron aprovechados por Zarkozy en su campaña de 2006 cuando ensalzaba a “esa Francia sufrida, esa Francia de la que nunca se habla porque no se queja, porque no quema autos, porque no bloquea los trenes; esa Francia que está cansada que se hable en su nombre”. Meses después, convocaba en Marsella a una multitud a levantarse para “expresar el sentimiento de la mayoría silenciosa”.
Aludiendo a algunos postulados del mayo estudiantil de 1968, caracterizó a sus antagonistas como a quienes “habían proclamado que todo estaba permitido”, “basta de autoridad, buenos modales; basta de respeto y prohibiciones”.
Fue más a fondo todavía. Sostuvo que la izquierda -a la que tildó de heredera de aquel mayo- había provocado la “crisis laboral” y “desatado el odio contra la familia, la sociedad, el estado y la república”. Yendo más lejos, aún, la culpó de preparar “el tiempo del predador sobre el empresario y del especulador contra el trabajador”. Remataba su estudiado panfleto con una noción moralizadora, que nunca falta: “le siguen buscando excusas a los sinvergüenzas”.
En un discurso punzante y arremetedor, en un pasaje, presentaba a su adversario central esta factura: “…dan lecciones al prójimo que jamás aplican a sí mismos; quieren imponer a los demás comportamientos, reglas, sacrificios que jamás se imponen a sí mismos. Proclaman “haced lo que yo digo, no hagáis lo que yo hago”. Esa es la izquierda heredera del mayo del 68, la que está en la política, en los medios de comunicación, en la administración, en la economía. La izquierda le ha tomado gusto al poder, a los privilegios. La izquierda que no ama a la nación porque no quiere compartir nada. Que no ama la república porque no ama la igualdad. Que pretende defender los servicios públicos, pero que jamás veréis en un transporte colectivo. Que ama tanto a la escuela pública, que a sus hijos los lleva a colegios privados. Que dice adorar la periferia, pero que se cuida muy mucho de vivir en ella. Que siempre encuentra excusas para los violentos, a condición que se queden en esos barrios a los que ella, la izquierda, no va jamás. Esa izquierda que hace grandes discursos sobre el interés general, pero que se encierra en el clientelismo y el corporativismo. Que firma peticiones y manifiestos cuando se expulsa a algún “ocupante”, pero que no aceptaría que se instalaran en su casa…”
En este estado, Nicolás Sarkozy consolidó su ascensión y estableció el viraje, repitiendo otros fenómenos similares vividos en Europa.
En política los errores tienden a no quedar impunes. Sarkozy es un nuevo vengador, pasado el tiempo de aquella agitación extrapartidaria del 68 y del advenimiento de una izquierda que no ha colmado las expectativas populares.
En una Europa sucesora del colonialismo, acomodada, que ya no tiene que competir como antes con el bloque del “socialismo real”, Sarkozy jugará desde el ala derecha. A la vieja usanza, como antes. Sólo que en los nuevos tiempos.
waltercelina1@hotmail.com
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