En la reunión de Montevideo, hace pocos días, Uruguay decidió incorporarse al Banco del Sur.
Entre 1970 y 1982 la deuda pública de la América Latina creció de 16.000 a 178.000 millones de dólares.
El Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Intermacional (FMI) fueron los impulsores de este crecimiento desorbitado.
El sobreendeudamiento llevó a matrizar las políticas que propició el denominado Consenso de Washington, lo que se tradujo en privatizaciones, apertura económica, ajustes estructurales, abolición de controles de cambios y de movimientos de capitales, reducción del gasto social, aumento de las tasas locales, etc.
Los gobiernos democráticos, luego del ciclo de las feroces dictaduras que soportó el continente, adoptaron las orientaciones predichas hasta que comenzó a insinuarse un viraje, tras una sucesión de levantamientos populares (que se produjeron desde la República Dominicana, en 1984, al “argentinazo”, contra el gobierno de De la Rúa, en 2001).
Y fue precisamente Argentina, la que desafió al FMI, BM y otros acreedores, decretando la suspensión de los pagos de la deuda pública externa (acreedores del Club de París), hasta 2005.
Sobrevino un mejoramiento de la coyuntura internacional, lo que repercutió favorablemente en los países en desarrollo. Las materias primas y algunos productos agrícolas se vendieron a precios interesantes, permitiendo la obtención de divisas. Determinados países, entre ellos Uruguay, comenzaron a saldar sus deudas con el FMI (lo hicieron también Brasil, Argentina, México, Venezuela, Indonesia, Corea del Sur, Tailandia).
La medida, en opinión de algunos especialistas, no fue del todo feliz pues, esos recursos pudieron haber sido aplicados para saldar, aunque fuera de modo parcial, la denominada “deuda social”.
Buena parte de la nueva dirigencia de América Latina ha entendido que las reservas cambiarias de cada país, en vez de ser colocadas en beneficio de las naciones desarrolladas, deberían integrarse en un banco sudamericano que funcione sobre parámetros distintos a los ya mencionados y al Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
La idea del Banco del Sur surgió a iniciativa de Venezuela y de su presidente Hugo Chávez Frías. En febrero de 2007, Venezuela y Argentina dieron el puntapié inicial para crear la nueva entidad financiera, logrando la adhesión inmediata de Bolivia, Paraguay y Ecuador. Luego, adhirió Brasil y, recientemente, Uruguay. Costa Rica forma parte del emprendimiento, el que tiene las puertas abiertas para recoger otras incorporaciones.
Su función primaria sería financiar el desarrollo regional. Operaría con un Fondo de Reserva y otro de Estabilización. Una unidad de cuenta podría determinar el surgimiento de una moneda común, similar al euro.
Argentina y Brasil tienen acordado el pago de sus saldos en las monedas de sus países, prescindiendo del dólar.
La orientación mencionada podría accordarse, de manera similar, entre otros miembros, con la asistencia del novel banco.
La novedad que aportaría el Banco del Sur sería la de apoyar la aplicación de tratados internacionales sobre derechos sociales, culturales y humanos, en general, a lo que el BM y organismos similares no se consideraron nunca obligados.
Apuntalaría la modalidad de proyectos públicos, a diferencia de las entidades tradicionales, que privilegian al sector privado.
Si bien no es materia decidida, existe el criterio de que cada país represente un voto en la organización. Por consecuencia, no existiría el voto ponderado en función de los aportes económicos que, como es conocido, lleva a la predominancia de las economías más fuertes, tal como rige en las corporaciones existentes.
Hay una lógica distinta para el planteo de este instrumento financiero para el desarrollo: el de que los países miembros adquieran garantías para su independencia y progreso, rompiendo con la supeditación que hasta ahora imponen los grandes centros de poder.
Hay que saber, sin embargo, que se está en los inicios de la propuesta.
De concretarse, sería de gran utilidad para una nueva y autonómica América.
Entre 1970 y 1982 la deuda pública de la América Latina creció de 16.000 a 178.000 millones de dólares.
El Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Intermacional (FMI) fueron los impulsores de este crecimiento desorbitado.
El sobreendeudamiento llevó a matrizar las políticas que propició el denominado Consenso de Washington, lo que se tradujo en privatizaciones, apertura económica, ajustes estructurales, abolición de controles de cambios y de movimientos de capitales, reducción del gasto social, aumento de las tasas locales, etc.
Los gobiernos democráticos, luego del ciclo de las feroces dictaduras que soportó el continente, adoptaron las orientaciones predichas hasta que comenzó a insinuarse un viraje, tras una sucesión de levantamientos populares (que se produjeron desde la República Dominicana, en 1984, al “argentinazo”, contra el gobierno de De la Rúa, en 2001).
Y fue precisamente Argentina, la que desafió al FMI, BM y otros acreedores, decretando la suspensión de los pagos de la deuda pública externa (acreedores del Club de París), hasta 2005.
Sobrevino un mejoramiento de la coyuntura internacional, lo que repercutió favorablemente en los países en desarrollo. Las materias primas y algunos productos agrícolas se vendieron a precios interesantes, permitiendo la obtención de divisas. Determinados países, entre ellos Uruguay, comenzaron a saldar sus deudas con el FMI (lo hicieron también Brasil, Argentina, México, Venezuela, Indonesia, Corea del Sur, Tailandia).
La medida, en opinión de algunos especialistas, no fue del todo feliz pues, esos recursos pudieron haber sido aplicados para saldar, aunque fuera de modo parcial, la denominada “deuda social”.
Buena parte de la nueva dirigencia de América Latina ha entendido que las reservas cambiarias de cada país, en vez de ser colocadas en beneficio de las naciones desarrolladas, deberían integrarse en un banco sudamericano que funcione sobre parámetros distintos a los ya mencionados y al Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
La idea del Banco del Sur surgió a iniciativa de Venezuela y de su presidente Hugo Chávez Frías. En febrero de 2007, Venezuela y Argentina dieron el puntapié inicial para crear la nueva entidad financiera, logrando la adhesión inmediata de Bolivia, Paraguay y Ecuador. Luego, adhirió Brasil y, recientemente, Uruguay. Costa Rica forma parte del emprendimiento, el que tiene las puertas abiertas para recoger otras incorporaciones.
Su función primaria sería financiar el desarrollo regional. Operaría con un Fondo de Reserva y otro de Estabilización. Una unidad de cuenta podría determinar el surgimiento de una moneda común, similar al euro.
Argentina y Brasil tienen acordado el pago de sus saldos en las monedas de sus países, prescindiendo del dólar.
La orientación mencionada podría accordarse, de manera similar, entre otros miembros, con la asistencia del novel banco.
La novedad que aportaría el Banco del Sur sería la de apoyar la aplicación de tratados internacionales sobre derechos sociales, culturales y humanos, en general, a lo que el BM y organismos similares no se consideraron nunca obligados.
Apuntalaría la modalidad de proyectos públicos, a diferencia de las entidades tradicionales, que privilegian al sector privado.
Si bien no es materia decidida, existe el criterio de que cada país represente un voto en la organización. Por consecuencia, no existiría el voto ponderado en función de los aportes económicos que, como es conocido, lleva a la predominancia de las economías más fuertes, tal como rige en las corporaciones existentes.
Hay una lógica distinta para el planteo de este instrumento financiero para el desarrollo: el de que los países miembros adquieran garantías para su independencia y progreso, rompiendo con la supeditación que hasta ahora imponen los grandes centros de poder.
Hay que saber, sin embargo, que se está en los inicios de la propuesta.
De concretarse, sería de gran utilidad para una nueva y autonómica América.
waltercelina1@hotmail.com
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