Algunos de mis amigos brasileños suelen mostrarme las virtudes del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva.
En tanto, otros, lo que les irrita.
En tanto, otros, lo que les irrita.
Creo que, como dos caras de una medalla, hay que ver ambos aspectos de la cuestión y, a partir de ahí, definir lo que podría ser un programa político.
Pero, en todo caso, esa no es mi tarea. Examino, apenas, algunas pautas ofreciendo el manejo de bases para propiciar un análisis.
¿Qué es lo que ha quedado atrás del Brasil de hace unos años?
Desaparecieron las corridas hacia las casas de cambio, la fuga de capitales, los bancos fundidos, las aterradoras misiones de los organismos internacionales con sus exigencias devaluatorias y bastante más.
Las reservas, que durante la crisis de 1998 se acercaron a unos 10.000 millones de dólares, hoy alcanzan los 122.000 millones. El riesgo país, que en 2002 trepaba a los 2.300 puntos, ahora es poco más de 145. En cinco años el índice de la Bolsa de Valores de San Pablo se acrecentó en un 300%. En 2006 se logró la autosuficiencia petrolera. En doce años Brasil pudo transformarse de país importador de carne (hasta la consumió de Chernobyl), en el mayor productor y exportador vacuno del mundo. Los guarismos de crecimiento alcanzan, asimismo, de modo importante, a la carne de pollo.
La valoración de la moneda nacional -el real- fomentó la importación de artículos de lujo.
La marca de automóviles Porsche, en lo que va de 2007, ha vendido más que la suma de lo facturado en 2002 y 2003.
Según la agencia Bloomberg -que recoge informaciones de la revista Forbes-, la lista de multimillonarios ha subido este año a 20, de 4 que había en 2003.
La moneda brasileña ha sido la que en los tres últimos años ha tenido mejor desempeño mundial.
Los datos de la macro economía son exultantes.
El crecimiento de la torta ¿ha tenido redistribución?
Sin duda se trata de una pregunta cardinal.
El 1% más rico gana el equivalente a la mitad de la población que figura en la base de la escala.
El país, por su producto bruto interno, forma parte de los 10 más poderosos a escala planetaria. En tal aspecto, supera a las economías de Rusia, China e India.
Sin embargo, su crecimiento, en el promedio de la última década, es menor al de China e India.
Se atribuye este desfasaje a la existencia de un régimen institucional con libertades plenas, elecciones limpias -con voto electrónico- y prensa libre.
Los brillos del sistema no esconden los bolsones de pobreza, la exclusión social, la insuficiencia educativa, la violencia récord (115 homicidios por día), focos de corrupción en el aparato estatal, voluptuosa concentración de riquezas, carga tributaria pesada, burocratización arraigada y desestabilización generada por el narcotráfico con sus ramificaciones.
Así las cosas, los elementos puestos sobre la mesa parecen suficientes como para habilitar un debate. Con los partidarios del gobierno de Lula da Silva y quienes se ubican enfrente, así como con aquellos que están a su derecha e izquierda.
waltercelina1@hotmail.com
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