Escribe Walter Ernesto Celina
En el curso del año 1950 tuvieron lugar cientos de actos preparatorios del homenaje nacional a Artigas, que habría de celebrarse en Montevideo, con motivo del centenario de su desaparición física y del traslado de sus restos al Panteón Nacional, en el Cementerio Central.
Historiadores e investigadores, profesores, maestros, estudiantes y alumnos de las escuelas, poetas y literatos, periodistas, profesionales, intelectuales y hombres del trabajo formaron un apretado haz. Entidades civiles, de gobierno, parlamentarias y de justicia, fuerzas militares y policiales, religiones de diversos credos, ateos y uruguayos de otras orientaciones estaban integrados a un enorme friso.
En realidad, era todo el pueblo el que rendía, día por día, tributo al combatiente independentista, al lúcido ideólogo del republicanismo federal y al hombre humanista.
Hechos distintivos de aquel momento fueron: Primero, la acentuación de la valoración que el examen de la documentación histórica permitía hacer del pensamiento artiguista. Segundo, la unanimidad con que la ciudadanía, en general, el gobierno y la oposición política encararon aquellos homenajes.
Cuando ahora, el Presidente Tabaré Vázquez resuelve efectuar el traslado de las cenizas del Prócer, desde el mausoleo de Plaza Independencia al Palacio Estévez, surgen voces de disconformidad.
Está fuera de discusión que el mandatario tiene la facultad formal de proponer la ley respectiva.
Es controversial, no obstante, que haya actuado “per se”, sin una consulta previa a los partidos y representantes de la soberanía, a los sectores académicos, profesionales, etc.
¿Es que acaso estas opiniones no tienen valor para el Sr. Presidente?
No parece de recibo que haya puesto su idea sobre la mesa, como diciendo -de modo cesarista- “tómenla o déjenla”.
Tratándose de un asunto de todos los uruguayos no debió promoverlo con tanta superficialidad, olvidando, precisamente, una cualidad distintiva por excelencia: Artigas no es patrimonio de ningún presidente, ni de ningún partido, fracción, grupo o lo que sea.
No basta, tampoco, con que su partido, el Frente Amplio, se haya alzado con la mayoría absoluta de las bancas camerales, para omitir una consulta elemental, si la opción siempre fuera gobernar con justo equilibrio y ecuanimidad.
Poco y nada debiere importarle si ha recibido zancadillas de sus opositores, algo poco menos que inevitable.
Por un elemental cálculo, debió tener claro que las florecillas socialdemócratas las podría merecer de los miembros del partido al que perteneció o de otros aliados del conglomerado. No de sus adversarios, quienes en tiempos electorales podrían no una tener mirada propicia a la iniciativa u observarla con desconfianza.
El asunto no era qué respuesta pudiera recibir. Antes bien, se trataba de cómo el presidente obraba con ductilidad para exponer ante los compatriotas una materia que, de fondo, no es ni puede resultarle privativa.
Al final de su mandato -con la experiencia que como novel político ganó en casi cinco años de gobierno-, Vázquez debió entender, con un poco de humildad e inspiración republicana, que su investidura, si bien se legitima en un resultado electoral, debía anclarse en la opinión consensuada de sus compatriotas.
Pero no. Su proyecto inconsulto viajó al Poder Legislativo. Ni siquiera fue expuesto en consulta en el ámbito del Frente Amplio...!
Las puertas abiertas al intercambio y la tolerancia generan espacios de aceptación mayores. No siempre pueden alcanzarse. Sin embargo, es saludable buscarlos. Habilitan una pluralidad participativa. Tal operativa robustece, con mayor calidad, el número frío de una votación cantada.
El camino escogido por el Dr. Vázquez fue equivocado. Más aún, inconveniente en la cuestión que hace a la sustancia del planteo.
Podría decirse, también, que huele a mezquino y sectario.
Historiadores e investigadores, profesores, maestros, estudiantes y alumnos de las escuelas, poetas y literatos, periodistas, profesionales, intelectuales y hombres del trabajo formaron un apretado haz. Entidades civiles, de gobierno, parlamentarias y de justicia, fuerzas militares y policiales, religiones de diversos credos, ateos y uruguayos de otras orientaciones estaban integrados a un enorme friso.
En realidad, era todo el pueblo el que rendía, día por día, tributo al combatiente independentista, al lúcido ideólogo del republicanismo federal y al hombre humanista.
Hechos distintivos de aquel momento fueron: Primero, la acentuación de la valoración que el examen de la documentación histórica permitía hacer del pensamiento artiguista. Segundo, la unanimidad con que la ciudadanía, en general, el gobierno y la oposición política encararon aquellos homenajes.
Cuando ahora, el Presidente Tabaré Vázquez resuelve efectuar el traslado de las cenizas del Prócer, desde el mausoleo de Plaza Independencia al Palacio Estévez, surgen voces de disconformidad.
Está fuera de discusión que el mandatario tiene la facultad formal de proponer la ley respectiva.
Es controversial, no obstante, que haya actuado “per se”, sin una consulta previa a los partidos y representantes de la soberanía, a los sectores académicos, profesionales, etc.
¿Es que acaso estas opiniones no tienen valor para el Sr. Presidente?
No parece de recibo que haya puesto su idea sobre la mesa, como diciendo -de modo cesarista- “tómenla o déjenla”.
Tratándose de un asunto de todos los uruguayos no debió promoverlo con tanta superficialidad, olvidando, precisamente, una cualidad distintiva por excelencia: Artigas no es patrimonio de ningún presidente, ni de ningún partido, fracción, grupo o lo que sea.
No basta, tampoco, con que su partido, el Frente Amplio, se haya alzado con la mayoría absoluta de las bancas camerales, para omitir una consulta elemental, si la opción siempre fuera gobernar con justo equilibrio y ecuanimidad.
Poco y nada debiere importarle si ha recibido zancadillas de sus opositores, algo poco menos que inevitable.
Por un elemental cálculo, debió tener claro que las florecillas socialdemócratas las podría merecer de los miembros del partido al que perteneció o de otros aliados del conglomerado. No de sus adversarios, quienes en tiempos electorales podrían no una tener mirada propicia a la iniciativa u observarla con desconfianza.
El asunto no era qué respuesta pudiera recibir. Antes bien, se trataba de cómo el presidente obraba con ductilidad para exponer ante los compatriotas una materia que, de fondo, no es ni puede resultarle privativa.
Al final de su mandato -con la experiencia que como novel político ganó en casi cinco años de gobierno-, Vázquez debió entender, con un poco de humildad e inspiración republicana, que su investidura, si bien se legitima en un resultado electoral, debía anclarse en la opinión consensuada de sus compatriotas.
Pero no. Su proyecto inconsulto viajó al Poder Legislativo. Ni siquiera fue expuesto en consulta en el ámbito del Frente Amplio...!
Las puertas abiertas al intercambio y la tolerancia generan espacios de aceptación mayores. No siempre pueden alcanzarse. Sin embargo, es saludable buscarlos. Habilitan una pluralidad participativa. Tal operativa robustece, con mayor calidad, el número frío de una votación cantada.
El camino escogido por el Dr. Vázquez fue equivocado. Más aún, inconveniente en la cuestión que hace a la sustancia del planteo.
Podría decirse, también, que huele a mezquino y sectario.
17.07.2009
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