Escribe Walter Ernesto Celina
No cometerás adulterio.
No codiciarás la mujer del prójimo.
(De los 10 mandamientos bíblicos)
Finalmente, de a poco, los uruguayos comienzan a derrumbar muros. Así, desde ahora, la educación pública incorpora nociones de sexología. Se abren consultorios médico-sexológicos, se realizan encuestas sobre la materia y, al amparo de la ola, existen profesionales que publicitan las bondades de sus tratamientos para abordar determinadas disfunciones...
No es un destape. La sociedad es, por lo general, la que pone las realidades por delante, de un modo tal que no se pueden soslayar.
Cambian las prácticas grupales; nuevas nociones se abren paso. Queda en tela juicio lo que antes se aceptaba. La normas morales, religiosas y legales, aparecen desbordadas.
Es que lo estático no aguanta el paso de los siglos. A veces, de las décadas.
Hasta no hace mucho no era fácil hablar públicamente de cuestiones inherentes a la vida reproductiva, ni a las gratificaciones del ejercicio de la sexualidad.
La organización familiar asumida se tendía a identificar casi como única y superior, ignorándose qué diferentes fórmulas tenían otros pueblos.
La ruptura de reglas, más allá de las predicaciones y de lo admitido por la moral media, tendía a escandalizar. Ello no evitó que, de manera no muy explícita, casi a soto voce, circularan leyendas, historias y obras que, cruzando los tiempos y los mares, los uruguayos han ido mencionando y conociendo.
La Biblia, el dispar libro de cabecera que orienta las culturas de origen hebreo-cristianas sentenció -probablemente con la intención de ordenar la vida de los pueblos nómades en que se originó la obra-, 10 Mandamientos. Dos de ellos están recordados al inicio de esta nota.
Bastante pasado el momento en que aparecieron, diversos catecismos religiosos los recogieron. Se siguen enseñando, no sólo aquí, sino en las colectividades hispanoamericanas y en otras.
A despecho de aquellas añejas indicaciones, desde mediados del Siglo XII a mediados del XIV, particularmente en Francia, los trovadores parodiaban las costumbres en forma obscena. Recitaban versos octosílabos, llamados flabiau (flabió). El poeta inglés Geoffrey Chaucer (1343-1400) escribió los “Cuentos de Canterbury”, con referencias eróticas. Giovanni Boccaccio (1313-1375) poeta y humanista italiano, gloria de las letras universales, en “El Decamerón” aborda las relaciones entre siete mujeres y tres hombres, que temporalmente se refugian en una villa, escapando a un brote de peste. Una de sus fuentes son los flabió franceses. La famosa leyenda de Don Juan aparece en la Edad Media europea. Tirso de Molina (1579-1648), monje mercedario español, cuenta en “El Burlador de Sevilla” la historia de un promiscuo Don Juan quien seduce a la hija del jefe militar de Sevilla. Actores ambulantes italianos escenifican el relato. Moliere y Goldoni lo dramatizan. El genio de Mozart, en 1787, inmortaliza el arte del sempiterno amador. Otros literatos le seguirán. José Zorrilla teatraliza en España, en 1844, Don Juan Tenorio, que sube año a año a escena hasta hoy. Trata de un pecador libertino. Un italiano, nacido en Venecia, Giovanni Giacomo Casanova (1725-1798) a los 16 años es expulsado del seminario por inconducta. Recorre el mundo europeo y las cortes. 12 volúmenes componen la historia abreviada de sus aventuras y relaciones con mujeres, así como las costumbres de la época. El ruso Nikolái Semiónovich Léskov (1831-1835) escribió la obra erótica Lady Macbeth, que Dimitri Shostkóvich llevó a la ópera. En 1940 el sabio español Dr. Gregorio Marañón le dedica a Don Juan un célebre ensayo.
Se trata de una historia interminable, abarcadora de todas las épocas, en donde no siempre se ha ensalzado la virtud -para unos- de la fidelidad conyugal. Virtud que dimana de aquellos preceptos bíblicos que, según una encuesta reciente, uruguayas y uruguayos desoyen, entre el 40% y el 60%, respectivamente.
waltercelina1@hotmail.com
(27.03.2008)
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