martes, 2 de septiembre de 2008

ALFREDO ALAMBARRI, PRECURSOR DE POLÍTICAS SOCIALES

Escribe Walter Ernesto Celina

En el pasado las políticas sociales estuvieron fuertemente enlazadas a los conceptos de la medicina moderna.
Si de las cuestiones de la infancia se trata, en Uruguay y América, el Dr. Luis Morquio puede ser considerado un pionero insigne.
Desde los años 40 del siglo pasado, otro médico pediatra, el mercedario Dr. Alfredo Alambarri, fue sentando los conceptos de una atención social al niño, partiendo de la idea básica del binomio madre-hijo, ensamblada a la de una familia funcional. Se trataba de un elemento conceptual original, dialéctico, nuevo. Verdaderamente revolucionario.

A la profilaxis de las enfermedades infantiles, con dispensarios, gotas de leche, casas-cuna, etc., se incorporaron servicios maternales para que el trabajo de la mujer no entorpeciera la crianza de los niños más pequeños.
Los avances de la pedagogía enriquecieron los primeros centros infantiles. Surgieron así los jardines de infantes y complejos de atención de niños, que se sumaron y cambiaron la concepción de los viejos “asilos”, que pasaron a transformarse en internados -evitando la masificación- y casas-hogares, de porte reducido.

En Mercedes (Departamento de Soriano), por ejemplo, al centro “Chopitea”, se agregaron las obras “Vizcaíno”, ahora articuladas bajo una doctrina activa de protección a la infancia.
Alambarri condujo allí experiencias inéditas, aceptadas, sin discusión, ¡cincuenta años después!
Un perfil distinto fue encauzándose y, así como Educación Primaria fue abriendo “jardines”, el sistema tripartito de las Cajas de Asignaciones Familiares fue dando coberturas a la mujer y al niño por ramas gremiales importantes. Se iniciaba una seguridad social más amplia. No era un mero asistencialismo. Nacían los derechos de las personas a disponer de servicios con coberturas sistematizadas.

En el fermento combinado de las necesidades de mejoramiento y humanización de las primitivas prestaciones, de una más eficiente atención a la familia del trabajador y en la puja de lo que eran capaz de ofrecer el “socialismo real” y las estructuras del capitalismo, hubo cabida para ensayos innovadores y combinaciones metodológicas. Se produjo un avance.

En este escenario, durante la administración del presidente Andrés Martínez Trueba, el Dr. Alfredo Alambarri pasa a dirigir el Consejo del Niño (INAME desde 1986 y, luego, INAU).
Alambarri fue un extraordinario estudioso y un intelectual brillante. Abrevaba en los principios de una ética humanista. Tenía muy claro cuáles eran las limitaciones de la política imperante y, más todavía, las estrecheces que el sistema imponía. No cejó, sin embargo, en impulsar reformas -que fueron muchas-, ni de llevar adelante experiencias novedosas.
Abrió jardines de infantes en barrios populosos, llevó la laicidad allí donde el Consejo del Niño pagaba por la atención de menores, fundó casas-hogares para jóvenes y niños, promovió la labor de hogares sustitutos a cargo de cuidadoras, perfeccionó y controló los mecanismos de la adopción, potenció la inserción de pupilos en la enseñanza primaria pública, media, técnica y universitaria, dio vida a la división educación -prevista en el Código del Niño- y cuando la asistencia social comenzó tomar rango profesional, confirió a estas trabajadoras relevancia y las ligó a las familias carenciadas.
Como vareliano convencido advirtió el rol que la escuela pública podía cumplir para la atención de los niños de los barrios donde la falta la vivienda, de trabajo, de salubridad, etc. incidía en la disgregación familiar, vulnerando los derechos infantiles.

Consecuencia de esta óptica fue que colaboradoras suyas promovieron, en 1985, las escuelas experimentales de tiempo completo, lo que después fuera asumido como política gubernamental. Otro tanto pasó con la posibilidad de extender los jardines de infantes desde los 3 años.
52 años después, sin que nadie lo haya dicho hasta ahora, pragmáticas de los equipos de Alambarri vuelven a ser tomadas en relación a la contención de los niños en estado de calle.
Cabe recordar que, cuando en 1956, la crisis productiva comenzó a impactar, la mendicidad infantil tuvo un registro en alza y el fenómeno del delito, protagonizado por púberes y jóvenes, se hizo patente.

El Dr. Alfredo Alambarri, con la opinión de la cátedra penal, con miembros de la Suprema Corte de Justicia y acompañado de las voces de la mejor doctrina nacional, se opuso a la rebaja de la imputabilidad de los menores de 18 años. Sostuvo que la represión y el confinamiento y, menos aún, la promiscuidad carcelaria, fueran respuestas a una cuestión social.
Entendía que la vida callejera del niño era una pésima escuela y exploró las causas de este abandono. Una de sus manifestaciones era la mendicidad, de la que hoy también se habla.
Creó en Montevideo la Brigada Móvil de Acción Social. Recorría las calles. Detectaba y recogía menores en vagancia o escudados en la venta de estampitas religiosas y pequeños enseres. Devolvía los niños a sus familias, indagaba la razones de la desatención, procuraba hogar a quienes no lo tenían, les concedía amparo y estudiaba caso a caso. Lo hacía con recursos infinitamente menores a los que años después se dispusieran. Incorporó voluntarios, absolutamente honorarios.
Después de él aquellas actividades perdieron eficacia.

La Brigada de referencia aconsejaba -tal cual hoy la hace el nuevo INAU- no dar monedas a los menores, como forma de no estimular su presencia en la vía pública y desalentar a quienes hacen un modus vivendi lanzando a sus hijos a mendigar. Y no se ignoraba que, en algunas situaciones, ese mendrugo, dado por un mayor con buena voluntad, tal vez sirviera para comprar algún alimento.
Para Alambarri esto no era lo principal. La mendicidad, la vida callejera, el acto violento de un joven o aún de un niño constituían -y son- epifenómenos, que esconden una patología social profunda: la que hay que atacar.
Este gran ciudadano, con sagacidad política, advertía cuáles eran los factores determinantes.
Abrazó los ideales de una sociedad fundada sobre principios de justicia, solidaridad y responsabilidad. Fue un propulsor auténtico de noveles políticas sociales. Tuvo claridad para saber las limitaciones de la reforma y la eficacia del cambio. No negó a aquella, ni a éste.
Supo ver los árboles y el bosque.
20.05.08

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