lunes, 14 de mayo de 2012

UN REINO ¡POR UN ELEFANTE!



Escribe Walter Ernesto Celina


La vida política suele tornarse árida para algunos hombres y no parece ser bueno que, quien ha sido llamado a un alto destino, se sienta carcomido por el hastío.

Casi como en una historia de muerte anunciada José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente socialista español, preparaba sus petates para dar entrada al gobierno a Mariano Rajoy, del derechista Partido Popular. El cuadro peninsular no podía -ni puede- ser más dramático: un desempleo consolidado en el 24,44%, equivalente a 5 millones 640 mil trabajadores. Al paro forzoso, recortes en cascada en las indemnizaciones por despido, educación, sanidad y seguridad social. Una crisis de fondo.

A todo esto, Juan Carlos de Borbón, Rey de España, decide distenderse. Fue cuando le confesó a su ujier de cámara:
-¡No aguanto más! Prosiguiendo al instante: -Llama a mi asistente de armas. Preparen mis equipos de caza. No quiero comentarios. ¡Así qué tú también te callas!
Ud. ha oído hablar de Botswana y sabe que es un país bastante lejano, ubicado en África. Cabe refrescar la memoria. Limita al sur con Sudáfrica, al norte con Zambia, al este con Zimbabwe y al oeste con Namibia. Ocupa un territorio mediterráneo, dominado por el desierto de Kalahari.
El rey Juan Carlos I ha tenido fuerte predisposición por el esquí y la vela, que ha dejado de practicar. Es radioaficionado. Pero, por nada, se despega de viajes secretos para otras habilidades. Es que el monarca busca animales fuertes y, también, mujeres hermosas.
En octubre de 2004 perseguía osos en Rumania. Dos años después, en Rusia, se vio envuelto en una investigación por el sacrificio de un oso domesticado, al que antes de matarlo sus amigos lo drogaron con vodka y miel.
Ahora, en medio del tsunami económico español, lió bultos de cacería y partió en silencio para Botswana, obsedido por reducir paquidermos.

Millones de españoles, con el agua al cuello, cuando se enteraron de la diversión del monarca no pudieron menos que estallar, manifestando su repudio. Tanto más, porque la familia real -un eufemismo que no alude a las nuestras- poco tiene de modelo a imitar.
Juan Carlos I de Borbón tiene una relación distante, desde hace años con Sofía -la reina-, a la que apenas valora como “muy profesional”. La dama zurce entuertos familiares, poniendo paños fríos a las situaciones más ríspidas. El rey, apodado en Europa como “le grand tombeur de femmes” (el gran volteador de mujeres), tiene por amante a la princesa alemana Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, hace un tiempo radicada en Madrid.
Lo que no equivalen a meros líos de alcoba son otros capítulos del clan monárquico. El yerno de su majestad, Iñaki Urdangarín, es objeto de un expediente anticorrupción, lo que llevó a que el rey lo apartara de actividades oficiales y efectuara una declaración expresa, en la que sostuvo que “todos son iguales ante la ley”, para significar que el peso de esta no distinguiría entre los ciudadanos de a pié y los miembros de la realeza…


Otra muestra de los tambaleos principescos lo dio un episodio de armas que envolvió a Marichalar, nieto de 13 años de Juan Carlos I. El manejo por niños de aparatos de fuego ofensivos está prohibido en España, resultando que el chaval, hijo de la infanta Elena de Borbón, se arruinó un pie manejando uno de ellos. Las críticas no se pudieron obviar.
Lo que habría de suceder en el África sureña conmovió el trono y agitó a la opinión pública. La abdicación, a punto de cuajar, se mostraba como inevitable. La corona iba a buscar una nueva cabeza. Sólo un milagro salvaría al rey cazador. Y se produjo. Entre bambalinas, un caballeresco acuerdo Rajoy-Zapatero, aguantó la caída regia.


En medio de la debacle económica y financiera ibérica, el rey había salido con sigilo total a uno de sus recreos. Esta vez, para cazar de elefantes y, de ser posible, rinocerontes. En el cuarto día de campamento, un tropezón le provocó una fractura múltiple de cadera y lesiones en un pié. Fue regresado a España y, a poco de salido del quirófano, presentado en pantallas. ¿Qué hizo? Evasivo e infantil pidió disculpas, con estos monosílabos: “Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a suceder”.
La dama real, doña Sofía, brillaba por su ausencia. En esas horas viajó por el azul mar Mediterráneo, rumbo a Grecia, a un encuentro con su familia directa.

La abdicación del rey nunca estuvo más cerca. Ni gobierno, ni oposición le hicieron fuego.
“¡Tout va très bien, Madame la Marquise!” (¡Todo va muy bien, señora marquesa!). Mas ¡algo cruje y está cayendo en pedazos!
Tal vez, esta breve y actual historia permita advertir, entre otras cosas, lo que por nuestras tierras fue quedando en claro desde 1811: la diferencia entre república y monarquía. Este paquidermo, como se apreciará, no es botswanés.-

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