Escribe Walter Ernesto Celina
walter.celina@adinet.com.uy - 14.05.2012
Que los jóvenes sustentan la
rebeldía, casi como una forma consustancial a su etapa vital, es una verdad
generalmente admitida. No todas esas manifestaciones están signadas de la misma
forma, también es cierto.
Apostar a los jóvenes, desde
la familia, desde la sociedad y, en particular desde la educación, es una
hermosa tarea. Ellos son el futuro y no hay futuro si cada progenitor, si cada
docente, si cada ciudadano se desprende de la responsabilidad de facilitar la
proyección humana y social de las generaciones que van en pos de su
realización.
Todas la comunidades transitan
los cambios. A los jóvenes de hoy no podemos medirlos con los raseros con que
nosotros, los mayores, antes fuimos medidos.
La elevación de un
adolescente, a la condición de joven vigoroso y ciudadano libre dependerá, en
gran medida, de los suministros de que sea provisto.
En 1950 -año más, año menos- los estudiantes
de Montevideo y muchos del interior, agrupados en centros, asociaciones y
federaciones, efectuamos un paro de actividades, por toda una jornada, para
manifestar solidaridad con el patriota portorriqueño Pedro Albizu Campos, quien
se había levantado con un puñado de compañeros contra el intento -materializado después- de
poner a su país bajo la bandera de una nación opulenta y anexionista: los
Estados Unidos. El oprobio se denominó “estado
libre asociado”
Para el manejo de sus asuntos internos ellos cuentan
con una “constitución”, ¡sujeta a los
poderes revocatorios del Congreso de USA…!
Nuestra generación había
tenido oportunidad de abrevar en las ideas políticas del artiguismo, en el soplo
dado por la Cruzada
Libertadora que culminó en acciones militares y en la
proclama independentista de La Piedra Alta ,
que declaró “írritos nulos, disueltos y de ningún valor para siempre todos los actos
de incorporación, aclamaciones y juramentos arrancados a los pueblos de las
Provincia Oriental por la violencia de la fuerza”.
Más aún. La afrentosa segunda
conflagración mundial había fortalecido las ideas de paz y liberación y en el país
se encendía un credo de justicia. La cultura se expandía por el magisterio de
la escuela vareliana y la enseñanza en sus diversos niveles. El deporte brilló
con Maracaná. La fuerza obrera y las capas medias crecían.
El gremialismo estudiantil asumió por
entonces una presencia inusitada, dando su palabra.
Con ojos históricos, aquella decisión
juvenil fue muy honrosa.
Albizu Campos falleció en la cárcel,
torturado e infiltrado por radiaciones lascerantes. Precio de un patriotismo
indoblegable.
La banda musical portorriqueña Calle 13, ganadora de numerosos premios “Grammy Latinos” y “MTV”, pasó recientemente por Uruguay. Fue
aclamada en el estadio deportivo “Gastón
Güelfi”, de Montevideo. Sus integrantes pidieron por el reconocimiento de
su nación en los foros regionales.
Miles de jóvenes uruguayos conocen el
tema “Calma Pueblo”, una de cuyas
estrofas dice: “Creo en la gente, creo en
mi bandera. Creo que los que me señalan con el dedo me tienen miedo, porque yo
no tengo miedo. Calma pueblo que aquí estoy yo. Lo que no dicen, lo digo yo.
Porque yo soy como tú, tú eres como yo.”
Cantan con los torsos desnudos. Piensan,
hacen música y la lanzan al viento. Como su bandera. Y piden libertad. Viven y
ofrendan su patriótica rebeldía.
Albizu Campos no ha muerto. Voces
jóvenes lo reivindican.
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