jueves, 26 de febrero de 2009

LA MALA CONDUCTA INFANTIL

Escribe Walter Ernesto Celina

En una apreciación simple, la mala conducta infantil se estigmatiza, atribuyendo la responsabilidad a los niños.
De esta visión deriva el criterio sustentado por algunos actores políticos -antes y ahora- de penalizar a los menores de edad que observen comportamientos reñidos con el interés social.

Luis Morquio, al sentar las bases de la pediatría uruguaya y sudamericana, subrayaba la importancia de la puericultura y de los hábitos de higiene que acceden a los cuidados del binomio madre-hijo. Alfredo Alambarri y Domingo W. Sarli ampliaron el concepto, destacando el papel social de la familia, del trabajo, de la educación y los valores de afectividad, abriendo y ampliando el abanico de soluciones que se esbozaran en la doctrina sustentada por el Código del Niño de 1934.

Mi amistad con estos dos profesionales me permitió conocer los fundamentos de sus emprendimientos, pioneros de políticas activas de protección a niños y adolescentes.
Compartiendo la doctrina jurídico penal uruguaya estuvieron opuestos a la rebaja de la imputabilidad. Sus fundamentos eran médico-sociales.
Ambos buscaron atacar la causalidad de los desvíos de la conducta de los menores. Apostaban a la reeducación, en una sociedad más equilibrada por los dones de la justicia social, del trabajo, de la preparación para el mismo, la educación permanente y el acceso a la cultura. El asunto pasaba por robustecer la centralidad de la familia.

Es cierto: los fenómenos que sobrevendrían en un Uruguay crítico, acentuaron los males conocidos. y aparecieron otras calamidades. Estallarían, asimismo, ineficiencias institucionales e insuficiencias educativas..
Alambarri, precursor de los derechos modernos del niño, sostenía que todas las garantías debían cubrirlos, siendo todas las responsabilidades de los padres y, subsidiariamente, de la sociedad.
La Convención de los Derechos del Niño (1989), vino a confirmar: los menores son ciudadanos, sujetos de derecho, con aptitud para ejercerlos y aún exigirlos (obviamente no en las etapas iniciales de la vida).

Lo que la legislación fue consagrando, la vida fue desmintiendo. La pobreza en Uruguay alcanza a 400 mil niños. Los menores de 18 años -que representan el 28,8% de la población total- son el 57,1% de los indigentes y el 43,8% de los pobres. En barrios, como el Casavalle -en Montevideo-, el 90% de los que tienen menos de 18 años son pobres. Uno de cada 10 niños viven en hogares que no logran cubrir sus necesidades alimentarias. En situación de calle están abandonados 7.255.

De esto se nutre la famosa “mala conducta” que padecen nuestros menores, la que se manifiesta en un sistema educativo que carece, en general, de respuestas eficientes para revertir el fenómeno. Sea por superpoblación, por horarios limitados, por falencias curriculares, por falta de instrumentos pedagógicos nuevos, servicios asistenciales idóneos, etc.
La mala conducta es un impedimento para educar, pero esto no es solamente un problema de los docentes, ni de gobernantes, sino de los padres, de las instituciones oficiales y civiles, de la sociedad uruguaya, toda.
Más que anatematizar, hay que construir colectivamente respuestas inteligentes, buscando y exigiéndonos salidas, advirtiendo la naturaleza del problema y, por consecuencia, también, combatiendo su etiología.

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