Escribe
Walter Ernesto Celina
walter.celina@outlook.com - walter.celina@adinet.com.uy
26.04.2014
En democracia los procesos electorales tienen una virtud señalada: permiten confrontar ideas y conductas. En la medida que el
debate se amplía todo puede ser llevado a la balanza y examinado. La ciudadanía
será la que decida soberanamente.
Un asunto, siempre presente en las prácticas
uruguayas -y no solo en las vernáculas-, ha sido la distribución de cargos
ejecutivos por cuotas sectoriales, así como la asignación de puestos en la
administración por clientelismo, nepotismo y amiguismo craso.
Esa selección espuria lleva de la mano al
achatamiento y la descalificación de importantes funciones en cualquiera de núcleos
del Estado (poderes central, legislativo y judicial; entes y servicios
descentralizados; entidades autonomizadas; intendencias departamentales, etc.).
Ese conjunto de factores de interés -que algunos
denominan “clase política”-, comparte responsabilidades similares cuando,
abandonando proclamas, borra con su codo lo que escribió con mano propia. Ha
sido -y es- la gran facilitadora de lo que se define como una “situación de
mediocridad”.
Actuando a favor de ella, se dañan principios
inherentes a la república y la democracia.
José Ingenieros, ilustre pensador argentino, dejó en
su obra “El Hombre Mediocre” esta página extraordinaria de análisis y
valor ético:
"Cada cierto
tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad.
El
ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los
ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida.
ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida.
Los
gobernantes no crean ese estado de cosas; lo representan. El mediocre
ignora el justo medio, nunca hace un juicio sobre si desconoce la
autocrítica, está condenado a permanecer en su módico refugio.
El mediocre
rechaza el diálogo, no se atreve a confrontar con el que piensa distinto.
Es
fundamentalmente inseguro y busca excusas, que siempre se apoyan en la
descalificación del otro.
Carece de
coraje para expresar o debatir públicamente sus ideas, propósitos
y proyectos. Se comunica mediante el monologo y el aplauso.
Esta actitud
lo encierra en la convicción de que él posee la verdad,
la luz, y su adversario el error, la oscuridad.
la luz, y su adversario el error, la oscuridad.
Los que
piensan y actúan así integran una comunidad enferma y más grave aún, la
dirigen, o pretenden hacerlo.
El mediocre no
logra liberarse de sus resentimientos, viejísimo problema que siempre
desnaturaliza a la Justicia.
No soporta las
formas, las confunde con formalidades, por lo cual desconoce la cortesía,
que es una forma de respeto por los demás.
Se siente
libre de culpa y serena su conciencia si disposiciones legales lo liberan
de las sanciones por las faltas que cometió.
La impunidad
lo tranquiliza. Siempre hay mediocres, son perennes. Lo que varía es su
prestigio y su influencia.
Cuando se
reemplaza lo cualitativo por lo conveniente, el rebelde es igual al
lacayo, porque los valores se acomodan a las circunstancias.
Hay más
presencias personales que proyectos. La declinación de la “educación” y su
confusión con “enseñanza” permiten una sociedad sin ideales y sin cultura,
lo que facilita la existencia de políticos ignorantes y rapaces."
José Ingenieros fue médico, escritor, filósofo, sociólogo
y profesó ideales políticos. Su verdadero nombre era Giuseppe Ingenieri.
Había nacido en Italia en 1877. Falleció en Buenos
Aires a los 49 años.-
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