Escribe Walter Ernesto Celina
20.01.2014
La
violencia intrafamiliar en Uruguay se manifiesta de distintas formas. Cuando se
habla de “violencia de género” la
censura por lo regular se vuelca hacia el hombre. La abrumadora mayoría de los
casos expresa el maltrato a la mujer.
Un
informe casuístico del periodista Sebastián Cabrera (1) proporciona elementos
de las relaciones de severidad conflictiva de una pareja en que una mujer fue
condenada por la justicia al uso de la llamada “tobillera”. El adminículo es un
dispositivo electrónico -monitoreado por el Ministerio del Interior- para la
salvaguardia de la integridad física de una persona que haya padecido alguna
forma de agresión en el estado de pareja.
Entidades
públicas y privadas de apoyo a las víctimas del machismo divulgan datos,
circunstancias, legislación, estudios y opiniones.
Si
los datos alarman, las conductas de los actores muestran un trasfondo que no le
va en zaga. Los registros oficiales han entrado en un mayor grado de
organización y exhiben el crecimiento de las denuncias, lo que activa
mecanismos preventivos.
27
mujeres fueron asesinadas en 2013, en tanto, en los primeros 10 meses del mismo
año, 6 fueron los hombres muertos a manos de sus parejas.
La
violencia de género muestra así, la
existencia de dos colores. Sin embargo, hasta ahora, los elementos de protección
específica y ayuda a los individuos masculinos violentados son
institucionalmente limitados o, si se prefiere, casi inexistentes.
La
cultura “machista” -de antiquísima raíz social-, la misma que da impunidad a
formas de dominio que alteran la igualdad
hombre-mujer es, a la vez, la que hace un
tabú. Inhibe al sujeto agredido su réplica mediante una denuncia formal.
Teme a la trascendencia pública, a la burla, al desmerecimiento de su imagen en
los ámbitos de vecindad, trabajo, etc.
La
baja publicidad de estas situaciones no obvia su existencia. Así lo consignan -para el informe aludido al inicio-, un juez
de una localidad del Interior, quien ejemplificó que, en dos años trabajó sobre
4 denuncias y, la operadora responsable del Ministerio del Interior en el área,
la que sostuvo “que todo el sistema debe
responder, de la misma manera que lo hace con los otros casos”, es decir,
el de las mujeres maltratadas.
La
brevedad de este comentario exime de entrar en los variados y complejos
aspectos de la causalidad del fenómeno. Es pertinente, no obstante, subrayar sus
consecuencias gravosas, las que van mucho más allá de la tensión entre dos
individuos con vínculos inarmónicos y pérdida de la aceptación recíproca.
Inciden
en el ámbito más íntimo de hijos y familiares. Producen marcas inocultables. Y,
cuando la violencia -masculina o femenina- llega a su punto crucial, es la desgarradora
muerte la que golpea la puerta del hogar.
Se
trata de la trágica y bárbara antítesis del amor prometido y no guardado.-
NOTA:
(1) “Qué Pasa” - 11.01.2014
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