Escribe Walter Ernesto Celina
walter.celina@adinet.com.uy – 14.10.2011
walter.celina@adinet.com.uy – 14.10.2011
Es un concepto generalizado que ética y política no van de la mano. Los hechos, siempre testarudos, resistentes y provocadores se encargan de presentar muestras de esta discordancia, debilitadora de las buenas causas que invocan los actores puestos a dirigentes partidarios o gubernamentales.
La levedad de Tabaré Vázquez como estadista acaba de verificarse y no por terceros que hayan criticado sus defecciones. No ha sido la oposición principista de izquierda, ni la de centro, ni la de derecha, la que lo ha mostrado en su verdadero peso específico.
La levedad de Tabaré Vázquez como estadista acaba de verificarse y no por terceros que hayan criticado sus defecciones. No ha sido la oposición principista de izquierda, ni la de centro, ni la de derecha, la que lo ha mostrado en su verdadero peso específico.
Tabaré Vázquez es quien se ha confesado, sin hesitación de ninguna clase.
Arrojó, sin ambages, su máscara de buen ciudadano y cauto gobernante. No corresponde afirmar de hombre de izquierda porque, en rigor, nunca lo fue.
Bastaría con recordar, apenas, que la prensa de la época registró su saludo ante el advenimiento del dictador Teniente General Gregorio Álvarez. Asimismo, no tuvo empacho en usufructuar becas de estudio del régimen que aherrojaba al pueblo uruguayo.
Aunque los socialistas corran detrás de él para aprovechar su caudal electoral y obtener posiciones, el compañero los abandonó, cuidando de no entregar su traje. Vázquez es, efectivamente, un socialista castrado, sin identificación ideológica marxista.
Por esto mismo, deambula entre la cofradía masónica, las áreas conservadoras de la Iglesia Católica y el profesionalismo empresarial. En su ritual se prosterna ante el Fondo Monetario Internacional y cultiva su amistad con George W. Bush.
Fue ante un grupo de jóvenes de una entidad católica, afín al Opus Dei, en que el expresidente ofreció una revelación insólita y vergonzante: había requerido apoyo al Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, ante una eventual confrontación militar con Argentina, motivada por las diferencias relativas al asentamiento de la papelera transnacional ex Botnia (hoy UPM).
Los adolescentes tuvieron el triste privilegio de saber de la concertación y preparación de un acto cesarista, por el que Uruguay propiciaba la intervención de una potencia mundial para un momento de relaciones erizadas con una nación hermana.
Había solicitado la asistencia no de cualquier fuerza, sino de la inductora de los mayores actos de rapiña, en tiempos anteriores y recientes; del país centro rector del espionaje y la ingerencia en los asuntos internos de los demás Estados y propiciador mundial de golpes de estado; del avasallador más actual del derecho internacional y del protagonista brutal de las guerras en curso en Medio Oriente, Europa y Asia.
Este es el perfil más acabado de Tabaré Vázquez. Infirió un ultraje al sentimiento americanista del artiguismo, del que la sociedad uruguaya es depositaria. Escarneció la fraternidad uruguayo-argentina/argentina-uruguaya, patrimonio de dos pueblos fraternos.
Su desvío es, a la vez, una deshonra democrática.
Primero, porque muy pocos habrían estado enterados en el partido de gobierno. Apenas su confidente, el Dr. Gonzalo Fernández, contados íntimos y, los Comandantes de las Fuerzas Armadas, circunstancia que puede apreciarse como no rara…
Luego, porque los demás partidos políticos, ni los parlamentarios estuvieron informados. Asunto tanto más grave, ya que compete a la Asamblea General Legislativa decretar la guerra (Constitución Art 85-7º).
Acrecentando la injuria, también Vázquez atropelló la norma sexta de la Carta Fundamental que estatuye los procedimientos de arbitraje u otros medios pacíficos para zanjar diferencias en el orden internacional. Y la guerra, que se sepa, no es el medio idóneo para procurar la integración social y económica de los Estados Latinoamericanos (que, al estar especificado de este modo en la Carta Magna, no comprende a Estados Unidos).
El progresismo, la nueva toga del izquierdismo oficialista ¿sentará en el banquillo de los acusados a Tabaré Vázquez, pidiéndole cuentas de su conducta oprobiosa?
Esperar esto equivaldría a pedirle peras al olmo.
El expresidente no se arrepiente de su felonía, ni el Frente Amplio siente que deba reprobar esta conducta pro intervencionista.
Por encima de tanta desafección, honremos con actos concretos la fraternidad rioplatense. Exijamos conductas rectas, no hipócritas.
¡Al gran pueblo argentino, salud!
Arrojó, sin ambages, su máscara de buen ciudadano y cauto gobernante. No corresponde afirmar de hombre de izquierda porque, en rigor, nunca lo fue.
Bastaría con recordar, apenas, que la prensa de la época registró su saludo ante el advenimiento del dictador Teniente General Gregorio Álvarez. Asimismo, no tuvo empacho en usufructuar becas de estudio del régimen que aherrojaba al pueblo uruguayo.
Aunque los socialistas corran detrás de él para aprovechar su caudal electoral y obtener posiciones, el compañero los abandonó, cuidando de no entregar su traje. Vázquez es, efectivamente, un socialista castrado, sin identificación ideológica marxista.
Por esto mismo, deambula entre la cofradía masónica, las áreas conservadoras de la Iglesia Católica y el profesionalismo empresarial. En su ritual se prosterna ante el Fondo Monetario Internacional y cultiva su amistad con George W. Bush.
Fue ante un grupo de jóvenes de una entidad católica, afín al Opus Dei, en que el expresidente ofreció una revelación insólita y vergonzante: había requerido apoyo al Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, ante una eventual confrontación militar con Argentina, motivada por las diferencias relativas al asentamiento de la papelera transnacional ex Botnia (hoy UPM).
Los adolescentes tuvieron el triste privilegio de saber de la concertación y preparación de un acto cesarista, por el que Uruguay propiciaba la intervención de una potencia mundial para un momento de relaciones erizadas con una nación hermana.
Había solicitado la asistencia no de cualquier fuerza, sino de la inductora de los mayores actos de rapiña, en tiempos anteriores y recientes; del país centro rector del espionaje y la ingerencia en los asuntos internos de los demás Estados y propiciador mundial de golpes de estado; del avasallador más actual del derecho internacional y del protagonista brutal de las guerras en curso en Medio Oriente, Europa y Asia.
Este es el perfil más acabado de Tabaré Vázquez. Infirió un ultraje al sentimiento americanista del artiguismo, del que la sociedad uruguaya es depositaria. Escarneció la fraternidad uruguayo-argentina/argentina-uruguaya, patrimonio de dos pueblos fraternos.
Su desvío es, a la vez, una deshonra democrática.
Primero, porque muy pocos habrían estado enterados en el partido de gobierno. Apenas su confidente, el Dr. Gonzalo Fernández, contados íntimos y, los Comandantes de las Fuerzas Armadas, circunstancia que puede apreciarse como no rara…
Luego, porque los demás partidos políticos, ni los parlamentarios estuvieron informados. Asunto tanto más grave, ya que compete a la Asamblea General Legislativa decretar la guerra (Constitución Art 85-7º).
Acrecentando la injuria, también Vázquez atropelló la norma sexta de la Carta Fundamental que estatuye los procedimientos de arbitraje u otros medios pacíficos para zanjar diferencias en el orden internacional. Y la guerra, que se sepa, no es el medio idóneo para procurar la integración social y económica de los Estados Latinoamericanos (que, al estar especificado de este modo en la Carta Magna, no comprende a Estados Unidos).
El progresismo, la nueva toga del izquierdismo oficialista ¿sentará en el banquillo de los acusados a Tabaré Vázquez, pidiéndole cuentas de su conducta oprobiosa?
Esperar esto equivaldría a pedirle peras al olmo.
El expresidente no se arrepiente de su felonía, ni el Frente Amplio siente que deba reprobar esta conducta pro intervencionista.
Por encima de tanta desafección, honremos con actos concretos la fraternidad rioplatense. Exijamos conductas rectas, no hipócritas.
¡Al gran pueblo argentino, salud!
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