waltercelina1@hotmail.com - 23.06.2010
Su diario trajinar por los medios de difusión y escenarios del quehacer social y su forma de expresión sentenciosa y comprensible, por su llaneza, le vienen otorgando una credibilidad inusitada en la opinión pública. En los guarismos de medición, supera los alcanzados por el expresidente Tabaré R. Vázquez.
¿Puede ser ello óbice para dejar de señalar las contradicciones y zigzagueos que, a través de su vida política -pasada y actual- caracterizan su derrotero?
Cuando como un convidado de piedra el Presidente Arias, de Costa Rica, puso un globo sonda sobre el cielo de Mujica, invitándolo a disolver las fuerzas armadas, tuvo por respuesta un rechazo categórico.
La razón es que los insurgentes de los años 60 recogían la doctrina prusiana acuñada por Gerhard Von Scharnhorst (1755-1813) y, particularmente, por Carl Von Clausewitz (1780-1831). Este, en su tratado De la guerra, sostuvo que esta “no es otra cosa que una prolongación de la política”. Ergo, las fuerzas armadas, cumplen un fin político; no son asépticas, ni neutrales, aunque aparentemente no se manifiesten. Carl Marx (1818-1883) estableció en sus estudios la relación íntima de los cuerpos armados con el estado.
Aquellos generales participaron en los frentes, organizaron estructuralmente a los ejércitos tras las contiendas napoleónicas y definieron los factores defensivo-ofensivos y del servicio militar obligatorio.
Mujica no refiere a esto en sus exposiciones públicas, pero no faltan algunos de sus antiguos compañeros reivindicando la condición de cuasi-soldados, ni algún senador que haya propugnado por el servicio castrense forzoso.
En su discurso ante las fuerzas armadas, al mes de su asunción, el presidente ignoró la continuidad de la organización armada uruguaya desde el tiempo dictatorial y la libró de culpa pues, opinó “no deben cargar con ninguna mochila del pasado ante su pueblo”.
Apenas unos días antes, la entidad Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos le había manifestado que “aún no se han dado sustanciales avances en modificar la estructura y la mentalidad de las fuerzas armadas”, agregando que las mismas “poco o nada han hecho por superar la deuda de verdad que tienen para con su pueblo y continúan enquistadas en el silencio y la mentira”.
Aquí la exculpación alcanzaba a militares y civiles condenados por delitos de lesa humanidad, como Álvarez, Blanco y otros.
En simultánea, el Frente Amplio soslayó un prometido debate público acerca de Qué fuerzas armadas queremos. Más aún, ahora el ministro de Defensa Nacional, Luis Rosadilla, del grupo de Fernández Huidobro y Nicolini, convocó a los sectores partidarios con representación parlamentaria, exponiendo sobre las carencias de las fuerzas militares.
Abriendo una brecha en el paredón del pensamiento único del frenteamplismo oficializado, la senadora Costanza Moreira chocó con su colega Fernández Huidobro, indicando que “no se puede hacer una medida específica (de aumento salarial) destinada a los soldados”, la que debería estar inserta “en una reforma del estado destinada a corregir los salarios bajos” de toda la administración y no solamente del personal de defensa.
Huidobro, amigo del alma del presidente, aseveró que “Moreira está haciendo una campaña para disolver las fuerzas armadas”, añadiendo luego que ”los gastos de defensa son superfluos”…
-“¡Qué gracioso!”, respondió la senadora, para sostener “no creo que ninguna campaña para disolver las fuerzas armadas dé resultados acá, ni en ninguna parte del planeta”. Recordó la novel legisladora emepepista que una reciente encuesta, librada por la Universidad Complutense (España), indicó que los parlamentarios de América Latina “piensan que se debería gastar igual o menos en las fuerzas armadas”.
La senadora, que es reconocida politóloga de la Universidad Pública, debatió en la interna del sector con Jorge Saravia y Lucía Topolanski, la que reiteró que Mujica considerará prioritariamente el estatus económico de las milicias.
La del dios Jano, invocado en las guerras de la antigua Roma. En el Foro su templo tenía puertas que daban al este y al oeste. Entre ellas se situaba una estatua de dos caras, mirando en direcciones opuestas.
Cualquier parecido que el lector advierta ¡puede ser una mera coincidencia…!
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