Escribe Walter Ernesto Celina
La semántica es, por definición, el estudio del significado de las palabras.
En política son frecuentes, no sólo los doble discursos, sino las distinciones semánticas capciosas. En este caso, con un fin: eludir alguna situación comprometida.
Un aporte al respecto lo ha proporcionado el Vicepresidente de la República y Presidente del Senado, Rodolfo Nin Novoa.
Según informaciones públicas -que adquirieron relevancia en los más diversos medios- el ex intendente arachano “admitió en un escrito a la Justicia su participación accionaria en una sociedad rural, que no incluyó como tal en su declaración patrimonial. En el escrito Nin dijo que se trató de un “error” y no de una “omisión”...” (El País 28.03.2009 pág. A9).
¡Vaya, vaya, con el antiguo compañero de jornadas de polo de un conocido patrón de pastoreo, hoy encarcelado por crímenes horrendos!
Si Nin Novoa hubiera formulado su declaración ante un tribunal presidido por Cantinflas, el inefable actor azteca, este podría haberle espetado, en lenguaje muy entendible: “¡Pues hombre, ahí está el detalle!”.
En efecto, a los fines del proceso judicial es posible, con algo de imaginación, hacer una distinción semántica entre los términos “error” y “omisión”, lo que para el hablante común cae como una verdadera exquisitez.
Y sólo en esta variante es que estriba la defensa del Presidente del Senado.
Cuando por los Reglamentos Internos de cada Cámara los legisladores tenían la obligación de formular la relación jurada de sus bienes, la documentación ensobrada nunca se abría.
Después, la ley previó un régimen de publicidad para promover la transparencia y perseguir cualquier forma de enriquecimiento indebido, tanto de funcionarios públicos como de miembros de los distintos poderes. Es posible, pues, seguir los movimientos de aumento o disminución patrimonial de estas personas.
Nin Novoa sostiene algo así: “Cometí un error en no precisar ciertos datos, pero no fui omiso”. Y trata de quitarse el lazo.
El error supone, en la acepción primera que dicta el diccionario, “concepto equivocado o juicio falso”. La segunda refiere a una “acción desacertada”, lo que se aviene mejor a la cuestión. La tercera implica “cosa hecha desacertadamente” que , por lo que viene al caso, da más luz. No deja espacio para la duda.
El detalle significativo lo provee el quinto significado cuando alude a un “vicio de consentimiento causado por equivocación de buena fe”, ya que, desde el ángulo punitivo, cuando no existe intención no hay dolo, desapareciendo la posibilidad de sanción.
Visto en qué consiste el error, adviértase ahora qué es la omisión, entendida en su sentido “natural y obvio”, que es el que privilegia nuestra legislación:
“1. Abstención de hacer o decir.
2. Falta por haber dejado de hacer una cosa necesaria o conveniente.
3. Descuido del que está encargado de una cosa” y
“4. Pecado de omisión”, que no es otro que aquel que “se comete dejando de hacer algo obligado por la ley moral”.
La cristalinidad se le hace difícil a muchos políticos. Nada nuevo. Tampoco excusa válida.
¿El Sr. Presidente del Senado estaba mirando las estrellas cuando se sentó a hacer su declaración jurada?
Puede presumirse que no contó con la idónea colaboración de su hermano y secretario -costeado por la Cámara de Senadores-, de seguro abocado a insólitos viajes, también pagos por las arcas públicas.
El desacierto de Nin Novoa exhibe un error craso, en la dimensión que el adjetivo tiene: “grueso, gordo, espeso”.
Los juristas indicarán si en la situación existe, de verdad, una distancia real entre”error” y “omisión” que permita disimular la conducta del agente público.
No faltará algún correligionario de Nin Novoa que diga que sólo se trató de un caso benigno de amnesia...
waltercelina1@hotmail.com
16.05.2009
16.05.2009
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