miércoles, 4 de junio de 2008

MATILDE BIANCHI - LA POESÍA DEL CONTRAOLVIDO

Escribe Walter Ernesto Celina

En el calendario uruguayo, mayo y junio son dos meses que convocan a la emoción. No detienen el tiempo pero reavivan la historia. La atraen como una sucesión de instantáneas que movilizan la memoria y hacen al sano ejercicio de los recuerdos. De los que fusionan la afectividad y los ideales que ponen sentido a la existencia.
El 27 de junio de 1973 el bordaberrismo, asociado al militarismo reaccionario, abatieron las instituciones republicanas y, apenas unos meses después, en medio de un río de sangriento, la furia fascista promovía la liquidación física de hombres públicos y ciudadanos comprometidos en el alumbramiento de una sociedad más justa.

Zelmar Michelini es, sin duda, un símbolo de esta historia reciente -como se da en denominar-, tan cargada de demandas. Aquellos asesinatos fueron un 20 de mayo de 1976. Otros muchos, antes. Después vinieron más, todavía.
No por un subjetivismo exagerado y, menos aún, por un afán personalista del que nunca me sentí imbuido, he de ubicarme al borde de los acontecimientos para rememorar, con hechos vividos, un bello poema hilvanado por una gran mujer amiga, inspirado por otro fraterno amigo. Suyo y mío, como de tantos que lo amaron por sus virtudes cívicas.

Hablaré de la Prof. Matilde Bianchi y, por su voz lírica, asomarán sus versos “A Zelmar”, como ella los titulara.
En 1963 la izquierda levantó en el Senado una trinchera formidable. Desde allí, en memorables jornadas, un solo hombre, con una definición precisa en el plano ideológico, político y social, libró verdaderas batallas. Tuve el privilegio de ser su colaborador directo. Su nombre: Enrique Rodríguez.
La Prof. Matilde Bianchi, funcionaria de la Biblioteca del Poder Legislativo, llegaba a la bancada portando inquietudes intelectuales y trabajos de lingüística, de su especial predilección.
El senador Enrique Rodríguez, autodidacta desde su mocedad, portavoz de las causas laborales y tribuno de oratoria convincente y encendida, gustaba de la literatura española y sostenía que en los tangos anidaba la armonía de la poesía popular.
El Prof. Juan Carlos Legido, esposo de Matilde, analizaría la contribución de la orilla oriental al desarrollo de la música que, desde el arrabal, trepara a los empedrados urbanos.
El músico Lauro Fernández compartía las pláticas en medio de algún remanso en las jornadas senatoriales, cuando la política dejaba paso a la reflexión sociológica, literaria, poética, y al mismísimo tango, con referencias ineludibles a Gardel, Troilo o Pugliese. Este ejercicio era, casi, una exploración de la intimidad nostalgiosa de la que como uruguayos no renegábamos.
En el ambulatorio nos cruzábamos con la Dra. Alba Roballo, con su compañero de filas Michelini, con Eduardo Víctor Haedo, con Martín R. Etchegoyen y personal del entorno inmediato. Operábamos en espacios contiguos. Nos reconocíamos por la vecindad, por afinidades y por diferencias. Sin pensarlo hacia el futuro, tales características nos marcarían. Vientos de distintos cuadrantes agitaron cualidades excelsas y virtudes, defectos y errores, mostrando los intereses en juego en el eje contrapuesto oligarquía-pueblo.

Sobrevinieron sombras, docilidades, manos extranjeras.
Tras el golpe de junio de 1973, Matilde Bianchi emigra con destino a España. Es distinguida en la Universidad Complutense. Restablecida la democracia, retorna a su cargo en el Poder Legislativo.
Desde la secretaría de bancada que dirijo, en la Cámara de Diputados, desarrollo los argumentos que permiten sea reinstalada en su cargo de profesora en la enseñanza media.
Entre su obra édita se destaca la novela “A la gran muñeca”.
Matilde fallece de una afección asmática.
Tuve la calidez de su trato y el conocimiento de su sensibilidad..
Ella escribió por Zelmar Michelini estos versos, que “sin pena ni olvido” nos vuelven a una época cruda, de empeño por las libertades ciudadanas y los derechos de las grandes mayorías.

A ZELMAR

Entre la espada y pared tu nombre.
Dicen que tu nombre
como el clavel del aire
crece sin tierra
en el aire azul
sobre el mismo horizonte
que tus ojos amaron.
Entre la flor y la pared
en cada celda
tu nombre rayará la aurora.
Entre el clavel y la tortura
volará tu nombre entre los cardos.
Cómo decirte si ahora digo cardos
con mi voz ésta de argonauta
perdida de la nave
extraviada de vientos
de la patria estrella ya desorientada
solo parpadeante con ojos
sonámbula que fue
digo, tratando de ordenar
aquellas rosas cuajadas de rocío.
Hoy con tu nombre rosa
más rosas a la hora pendular
donde el pueblo levantó la mirada
hacia el mismo horizonte
que tus ojos amaron
la línea de azul rapiñada
esa rosa verde de mar y de arena.
Tú la conoces
por sus pétalos desangrados
caminante rubio de cenizas
hacia la desembocadura
sin respuesta
donde volará la rosa de tu nombre,
rosa que no perdona
de las tierras del sur.
Rosa de tu nombre entre las agonías
las mismas rosas de corazón partido
veremos enrojecer de frío
como escarcha en las manos abiertas
único pétalo de hielo
a la hora de los jueves del pueblo.
Más no. Si tus rosas hablaran
así será tan tuya aquella media voz
con los versos del Mago como magos del Plata
entre estertores y ausencias
y descabezadas victorias:
No habrá mas pena ni olvido.

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