Escribe Walter Ernesto Celina
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29.07.2013
No por ser filosóficamente ateo he dejado de hacerme la
pregunta del encabezamiento: ¿Hacia dónde va Francisco, el sumo sacerdote
católico? También se la han formulado queridos amigos deístas y agnósticos, con
quienes habitualmente intercambio correspondencia. Tras esta interrogante
crucial se concatenan otras, no menos importantes.
Si los grandes virajes históricos han ocurrido con las
masas en movimiento, en el millón y medio de personas que cubrieron, una y otra
vez los cuatro kilómetros de Copacabana (Rio de Janeiro), para alcanzar casi
los tres millones en la jornada final, la presencia de Jorge Bergoglio ha dado
lugar a un hecho social, absolutamente inusual y trascendente.
Tal circunstancia, observada en profundidad, puede y
debe encararse desde las facetas de la fe, de la peripecia de una organización
eclesial estancada y en retrogradación y de la eventual adopción de un giro
importante en el comportamiento político del Vaticano.
La entusiasta presencia de miles de jóvenes en el
encuentro multinacional de Brasil, ha provocado un conmocionante espectáculo, susceptible
de prohijar consecuencias fermentales. Los intercambios de ideas, la cooperación
y la solidaridad potencian ese divino
tesoro -que al decir de Rubén Darío-
son las nuevas generaciones.
La imagen del sacerdote
rioplatense irradia en sus gestos humildad y gana la confianza de sus adeptos.
Proclama los atributos de lo simple en contraposición al boato y no rehuye el
contacto con sus seguidores. Más aún, no pierde oportunidad de marcar que se
identifica con los pobres.
Su discurso va sentando mojones.
El 27 de julio último, ante políticos, empresarios y miembros de la iglesia
sostuvo:
“Un segundo punto al que quisiera referirme es la
responsabilidad social. Esta requiere un cierto tipo de paradigma cultural y,
en consecuencia, de la política. Somos responsables de la formación de las
nuevas generaciones, ayudarlas a ser capaces en la economía y la política, y
firmes en los valores éticos. El futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la
política, rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la caridad.
El futuro nos exige también una visión humanista de la economía y una política
que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el
elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario y que se
asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: éste es el camino
propuesto.” (1)
¿Cuál
es el programa del Papa Francisco?
Aún
se desconoce. Si lo tiene ¿cuáles podrían ser sus coordinadas? ¿Están
preparados los estamentos eclesiásticos para acompañar un saneamiento interno,
volcarse al exterior de las parroquias, bregar por y con los pobres y sumarse a
los que reclaman la justicia que no asoma en el mundo unipolar? ¿Las eventuales
reformas de la iglesia católica tendrían que ver con una transformación
renovadora o con una acomodación de supervivencia lampeduciana?
La
caída de la Unión Soviética; la crisis financiera que estalló en Estados
Unidos, se extendió a Europa y se esparse por el planeta; las suicesivas guerras
de apropiación; las rebeliones del Cercano Oriente; las protestas candentes en
Europa y otros fenómenos, denotan un estado de inquietud, cercano a lo
explosivo.
Esa
insatisfacción parece llamar a noveles relaciones de producción e intercambio: a
una cultura de distribución de los bienes generados por el esfuerzo humano, que
el endiosamiento del lucro no permite, frena y castiga.
¿Podrá
la Iglesia Católica proyectarse por las
rendijas del corsé de hierro del statu
quo imperante?
Tras
la alegría de la fe en la acogedora capital
carioca, será bueno seguir viendo aspectos del estado de situación de la
entidad pontificia.
Ello
permitirá apreciar las dificultades que deberá superar el Papa Rioplatense si, como muchos feligreses piensan, quiere dar un
golpe de timón en la Santa Sede.
“Recen
por mi”, pide constantemente Jorge Bergoglio. Hay que decir, sin
ánimo de crear falsas alarmas, que han circulado correos electrónicos
previniendo sobre un atentado contra su vida.
Por
lo pronto, el Papa Francisco está en
el ojo de la tormenta.
Nota (1): Radio
Vaticana