Xavier
Montanyá, del diario “La Vanguardia” (España),
divulgó semanas atrás una información trascendente, originada en Chile. Tras
dos años de investigación, el juez Mario Carroza prepara la resolución que
dispondrá la exhumación de los restos del poeta Pablo Neruda. Considerado sin
reparos una de las voces más exquisitas de la poesía latinoamericana del siglo
XX, fue asimismo poseedor de una personalidad de portentosa fuerza combativa.
El
accionamiento ante los estrados del país trasandino se produjo con el fin de
develar la causa última del fallecimiento. Manuel Araya, su chofer, es
sostenedor de la acusación objeto de la indagatoria, a partir de un cúmulo de
indicios sobre la tesis de la eliminación física.
Pablo
Neruda fue un opositor tajante del régimen del Gral. Augusto Pinochet. Amigo
del derrocado presidente constitucional Salvador Allende, había sido embajador chileno
en las más diversas latitudes, senador, candidato presidencial y militante
comunista. El poeta murió en una clínica privada de Santiago de Chile, el 23 de
septiembre de 1973, doce días después del golpe de estado. Su funeral fue la
primera manifestación popular contra la Junta Militar. “El dolor y la solidaridad ante el terror pudieron más que el miedo”,
ha recordado el periodista de “La
Vanguardia”.
La
imputación del actor y la toma de variados elementos de juicio han sido
determinantes de la medida del magistrado. En 2011 Carroza ya había determinado el examen de los restos de
Allende, a fin de esclarecer su muerte, a raíz del bombardeo por tierra y aire
del Palacio Presidencial de “La Moneda”.
Con
referencia al versificador de la araucana Temuco, Alberto Míguez, corresponsal
del cotidiano citado, en una crónica del 25 de septiembre de 1973, había
anotado que Neruda sufría un cáncer de próstata avanzado, mencionando en su
reporte que, tras el suministro de un calmante inyectable, colapsaron sus
signos vitales.
Sintomáticamente, una de las dificultades forenses ha
radicado en que, en ninguno de los tres centros médicos donde Neruda fue
atendido en 1973, se conservó su historia clínica, cuando en Chile por ley es
obligatorio mantener los archivos por tiempo prudencial, sin destruirlos.
Una
reciente investigación periodística, efectuada por Mario Amorós, contenida en su
libro “Sombras sobre Isla Negra. La misteriosa muerte de Pablo Neruda”
(Ediciones B-Chile, 2012), ilumina el escenario. El autor analiza los
testimonios existentes, contrastándolos con datos de hemeroteca y antecedentes
(como la correspondencia entre Pablo Neruda y su mujer Matilde Urrutia), más el
estudio de unos 500 folios del sumario judicial.
Neruda
temía para su pueblo un agudo desenlace, similar al de la Guerra Civil de
España, que lo signaron en forma desgarradora, tal como surge de su poemario con España en el corazón. E, intuyendo
la eventualidad de la tragedia, efectuó repetidos alertas.
Ha
recordado Amorós cómo se plantó Neruda ante el suceso dictatorial. En una
intervención radial, en marzo de 1973, sostuvo: "Ellos quieren
devolver a las compañías yanquis lo que Allende nacionalizó y entregar las
tierras y las empresas a la explotación de unos pocos. Por eso, por recobrar
intereses, quieren arrastrarnos a la guerra civil y mienten en forma masiva,
deformando los hechos y desprestigiando al Parlamento". Y en agosto de
1973, en la que sería su última entrevista, declaró a la revista argentina “Crisis”: "Estamos en una situación bastante grave. Yo he llamado a lo que
pasa en Chile “un Vietnam silencioso” en que no hay bombardeos, no hay
artillería. Fuera de eso, fuera del napalm, se están usando todas las armas,
del exterior y del interior, en contra de Chile…”.
En
febrero anterior había denunciado el papel de Estados Unidos, de su agencia de
inteligencia y de la telefónica ITT, publicando la pieza poético-política Nixonicidio.
Más
razones alimentan la hipótesis en investigación. Al momento de fallecer consideraba
la posibilidad de exiliarse en México, desde donde habría sido un opositor muy incómodo.
Cabe
establecer que las conjuras y los asesinatos políticos tienen una inacabable
historia, que llega patéticamente a nuestros días. Desde el apuñalamiento a
Julio César -en medio del Senado de Roma- a Yasser Arafat, infiltrado con polonio,
un metaloide radioactivo. O la eliminación de Osama Been Laden, programada para
la Casa Blanca y filmada en vivo y en directo.
Bajo
la coordinación del Plan Cóndor,
integrantes de la oposición democrática fueron eliminados por doquier.
Recuérdese: a Orlando Letelier y su secretaria, en Washington, en 1976. O
antes, en 1974, al Gral. Carlos Prats y su esposa, en Buenos Aires. Enunciando
estos procedimientos, se hace imposible olvidar cómo fueron ajusticiados en
Buenos Aires los parlamentarios uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez
Ruiz, agolpándose en la memoria los muertos, desaparecidos y torturados de las
Américas del Sur y Central.
Hay
otro hecho que sindica a la clínica chilena Santa
María como un hospicio tenebroso. Allí, en 1982 fue asesinado por
envenenamiento, el expresidente Eduardo Frei Montalva, de la Democracia
Cristiana, quien se había manifestado contra el pinochetismo. Esto fue
dictaminado por la justicia.
Cuarenta
años después Pablo Neruda vitaliza los recuerdos, no porque haya muerto, sino
porque vive con el rayo de su palabra y la incitación de su arte.
Hay
más para decir. Por lo que transmiten sus amigos y por quienes escuchamos su
voz y apretamos su mano fraterna.
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