domingo, 24 de marzo de 2013

NERUDA, EL MUERTO QUE VIVE

Escribe Walter Ernesto Celina
24.03.2013

Xavier Montanyá, del diario “La Vanguardia” (España), divulgó semanas atrás una información trascendente, originada en Chile. Tras dos años de investigación, el juez Mario Carroza prepara la resolución que dispondrá la exhumación de los restos del poeta Pablo Neruda. Considerado sin reparos una de las voces más exquisitas de la poesía latinoamericana del siglo XX, fue asimismo poseedor de una personalidad de portentosa fuerza combativa.
El accionamiento ante los estrados del país trasandino se produjo con el fin de develar la causa última del fallecimiento. Manuel Araya, su chofer, es sostenedor de la acusación objeto de la indagatoria, a partir de un cúmulo de indicios sobre la tesis de la eliminación física.
Pablo Neruda fue un opositor tajante del régimen del Gral. Augusto Pinochet. Amigo del derrocado presidente constitucional Salvador Allende, había sido embajador chileno en las más diversas latitudes, senador, candidato presidencial y militante comunista. El poeta murió en una clínica privada de Santiago de Chile, el 23 de septiembre de 1973, doce días después del golpe de estado. Su funeral fue la primera manifestación popular contra la Junta Militar. “El dolor y la solidaridad ante el terror pudieron más que el miedo”, ha recordado el periodista de “La Vanguardia”.  
La imputación del actor y la toma de variados elementos de juicio han sido determinantes de la medida del magistrado. En 2011 Carroza  ya había determinado el examen de los restos de Allende, a fin de esclarecer su muerte, a raíz del bombardeo por tierra y aire del Palacio Presidencial de “La Moneda”.
Con referencia al versificador de la araucana Temuco, Alberto Míguez, corresponsal del cotidiano citado, en una crónica del 25 de septiembre de 1973, había anotado que Neruda sufría un cáncer de próstata avanzado, mencionando en su reporte que, tras el suministro de un calmante inyectable, colapsaron sus signos vitales.
Sintomáticamente, una de las dificultades forenses ha radicado en que, en ninguno de los tres centros médicos donde Neruda fue atendido en 1973, se conservó su historia clínica, cuando en Chile por ley es obligatorio mantener los archivos por tiempo prudencial, sin destruirlos.   
Una reciente investigación periodística, efectuada por Mario Amorós, contenida en su libro Sombras sobre Isla Negra. La misteriosa muerte de Pablo Neruda” (Ediciones B-Chile, 2012), ilumina el escenario. El autor analiza los testimonios existentes, contrastándolos con datos de hemeroteca y antecedentes (como la correspondencia entre Pablo Neruda y su mujer Matilde Urrutia), más el estudio de unos 500 folios del sumario judicial.  
Neruda temía para su pueblo un agudo desenlace, similar al de la Guerra Civil de España, que lo signaron en forma desgarradora, tal como  surge de su poemario con España en el corazón. E, intuyendo la eventualidad de la tragedia, efectuó repetidos alertas.
Ha recordado Amorós cómo se plantó Neruda ante el suceso dictatorial. En una intervención radial, en marzo de 1973, sostuvo: "Ellos quieren devolver a las compañías yanquis lo que Allende nacionalizó y entregar las tierras y las empresas a la explotación de unos pocos. Por eso, por recobrar intereses, quieren arrastrarnos a la guerra civil y mienten en forma masiva, deformando los hechos y desprestigiando al Parlamento". Y en agosto de 1973, en la que sería su última entrevista, declaró a la revista argentina “Crisis”: "Estamos en una situación bastante grave. Yo he llamado a lo que pasa en Chile “un Vietnam silencioso” en que no hay bombardeos, no hay artillería. Fuera de eso, fuera del napalm, se están usando todas las armas, del exterior y del interior, en contra de Chile…”.
En febrero anterior había denunciado el papel de Estados Unidos, de su agencia de inteligencia y de la telefónica ITT, publicando la pieza poético-política Nixonicidio.
Más razones alimentan la hipótesis en investigación. Al momento de fallecer consideraba la posibilidad de exiliarse en México, desde donde    habría sido un opositor muy incómodo.
Cabe establecer que las conjuras y los asesinatos políticos tienen una inacabable historia, que llega patéticamente a nuestros días. Desde el apuñalamiento a Julio César -en medio del Senado de Roma- a Yasser Arafat, infiltrado con polonio, un metaloide radioactivo. O la eliminación de Osama Been Laden, programada para la Casa Blanca y filmada en vivo y en directo.
Bajo la coordinación del Plan Cóndor, integrantes de la oposición democrática fueron eliminados por doquier. Recuérdese: a Orlando Letelier y su secretaria, en Washington, en 1976. O antes, en 1974, al Gral. Carlos Prats y su esposa, en Buenos Aires. Enunciando estos procedimientos, se hace imposible olvidar cómo fueron ajusticiados en Buenos Aires los parlamentarios uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, agolpándose en la memoria los muertos, desaparecidos y torturados de las Américas del Sur y Central.
Hay otro hecho que sindica a la clínica chilena Santa María como un hospicio tenebroso. Allí, en 1982 fue asesinado por envenenamiento, el expresidente Eduardo Frei Montalva, de la Democracia Cristiana, quien se había manifestado contra el pinochetismo. Esto fue dictaminado por la justicia.
Cuarenta años después Pablo Neruda vitaliza los recuerdos, no porque haya muerto, sino porque vive con el rayo de su palabra y la incitación de su arte.
Hay más para decir. Por lo que transmiten sus amigos y por quienes escuchamos su voz y apretamos su mano fraterna.


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