domingo, 15 de mayo de 2011

TRAS LOS VELOS MASÓNICOS



Escribe Walter Ernesto Celina
walter.celina@adinet.com.uy – 25.03.2011

No es la primera vez que abordo periodísticamente el tema masonería y, seguramente, no ha de ser la última. Lo he hecho desde un plano general. Esta vez, variaré el ángulo de enfoque. El abordaje será más particularizado. Apelaré al conocimiento directo que adquirí en tiempos juveniles y a mi relación con miembros de esta organización político-religiosa.
En la sociedad mercedaria de fines de la década del 30 del siglo pasado, Ernesto Etulain Marchesse, hermano de mi abuela paterna, era un conspicuo integrante de la logia. Tenía una postura anticlerical. Los republicanos de entonces condenaban las políticas de la iglesia romana, subrayando el valor del Estado como poder autónomo. Muchos de estos masones eran activistas por la causa por la educación vareliana y defensores de sus tres pilares fundamentales: laicidad, gratuidad y obligatoriedad.
En las conversaciones de familia estas cuestiones se cruzaban con la condena al dictador Dr. Gabriel Terra, salido de la masonería. Algo rechinaba.

Hacia 1954, Humberto Ritorni Bourget, comerciante chaná, con establecimiento en la calle Florida (hoy Careaga) en su intersección con Sarandí, era jefe del círculo en la localidad. Dialogaba habitualmente con él. Tuvo un pretexto y un día me condujo ante el Gral. Armando R. Lerma, grado masónico 33. Mi vínculo con Ritorni Bourget fue de una fraternidad estimulante. En forma simultánea, crecían en intensidad mis comunicaciones con el Dr. Alfredo Alambarri, pediatra eminente, partícipe de la cofradía.
Nuestras coincidencias sólo tenían un punto de quiebre. Ellos no eran ateos. Aún los unía la idea de un “supremo creador”.

Ritorni Bourget falleció prematuramente. Estuvo poseído por una vocación de servicio. Había compartido escenarios en poblaciones olvidadas llevando el arte teatral del pionero Brussa. Su mano silenciosa estuvo dada para quienes la necesitaran. Masón ortodoxo, como político nunca pidió cargos a los que pudo acceder.
Alfredo Alambarri, intelectual de versación y científico de alma, levantaba su perfil de hombre independiente. Supo resistir los embates antidemocráticos de Jorge Pacheco Areco y de Juan María Bordaberry. Pasó por la Cárcel Central de Policía, siendo objeto de interrogatorios macartistas. Asistió a la formación del Frente Amplio. Con su saber, un día llegó a mi casa y me dijo con indescriptible entusiasmo: “Lee esto”. Había cruzado a las filas del marxismo. La masonería ya no lo trascendía.
El Lic. José Olazarri, en su generoso libro de reportajes “En un tiempo y un lugar”, facilita la recreación de más recuerdos a propósito de personajes vinculados a la logia esotérica en Soriano.
Una entrevista al Dr. Alfonso Fernández Cabrelli (socio en los años 50 en el estudio del Dr. Helios Sarthou -gabinete jurídico al que por un lapso me integré como procurador) da cuenta del “asalto” que, con gran escándalo, se produjera a la sede de la congregación de Mercedes, en 1926 o 1927.
Fernández Cabrelli explica que fueron alumnos del colegio católico “San Miguel”, de la orden salesiana, quienes -inducidos por sus monitores- irrumpieron en la sede ritual. “Fuimos manijeados”, sostuvo. Y se retiraron del lugar porque, acotó, “sentimos miedo”.

Corría el mes de julio de 1991. Poco antes, nuevos intrusos habían penetrado en la casa misteriosa de la calle Manuel Oribe y José Enrique Rodó, con fines de robo. Ahora, Fernández Cabrelli, daba una charla en el Centro Histórico local, sobre la trayectoria de la logia. Hablaba como masón. Y, como tal, se explayó también en la conversación con el Lic. Olazarri, ofreciendo importantes datos.
El Lic. José Olazarri me confió que quedó impresionado por la forma franca y coloquial de Fernández Cabrelli, de quien me consta su manera abierta de actuar.
En “Penumbras. La masonería uruguaya (1973-2008)”, Fernando Amado muestra aspectos contemporáneos de una entidad que, tras bambalinas, prosigue incidiendo en la vida del país.
Hay muchos velos para descorrer.-

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