Escribe Walter Ernesto Celina
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15.10.2013
La política suele cruzarse con la mitología. Una muestra
de su acercamiento al dios bifronte Jano, del paganismo romano, lo dan quienes
proclamando determinados programas innovadores en materia económica, se vuelcan
a las prácticas prevalentes de aquellas fuerzas a las que consideran opuestas.
Obviamente, me estoy refiriendo al giro de 180 grados
dado por los dos gobiernos del Frente Amplio, los que arrojaron por la borda lo
que históricamente se sostuviera desde su fundación y se mantuviera
postdictadura, aún en un nuevo contexto mundial.
El socialismo marxista no ha sido, ni es una meta de esta
fuerza política. Lo que nunca significó que se plegara a las tendencias que
apuntaran a fórmulas de robustecimiento del sistema capitalista o que lo
ubicaran como un apéndice más.
El quiebre de esta noción básica de la izquierda uruguaya
supuso una ruptura histórica. Tuvo su primera imagen en la abdicación de Tabaré
Vázquez y Danilo Astori en las puertas del FMI, en Estados Unidos -antes de la
primera victoria presidencial- y, un segundo voto cuando José Mujica, a poco de
asumir, predicó ante una bandada de empresarios extranjeros, extendiendo su
mano: “Existen leyes claras que permiten
un clima propicio para desarrollar negocios…” Y rogó: “Les estamos pidiendo que apuesten al Uruguay y jueguen con el
Uruguay…”, (Hotel Conrad - Punta
del Este, 02/2010).
¿Bajo qué reglas?
No otras que las fijadas por los eufemísticos “tratados de inversiones recíprocas”, simples pactos en
que el más débil abre las puertas de su gallinero para que el zorro haga de las
suyas. Las transnacionales gozan de amplísimas liberaciones impositivas, las
que no alcanzarán -ni por asomo- al ciudadano común.
O las sigilosas zonas
francas, en cuyos límites se operan negocios extraños, con vigilancia mínima
y liberación de exigencias fiscales.
La suplantación de áreas agrícolas por una forestación
masiva ofrece dudas sobre su conveniencia económico-social, resultando que el
procesamiento de la madera da pingües ganancias a una empresa foránea, la que,
como contrapartida, emplea una mano de obra limitada. Ello, fuera de los
perjuicios al medio físico y fuentes de agua, superficiales y profundas
La activación productiva modificó -por lógica- el
escenario preexistente, mejorando la ocupación. Pero, no gratuitamente.
Levantando la vista hacia el horizonte se aprecia que el
movimiento inducido por el gobierno tiene su centro en una “primarización” de la economía. Esto es, se extraen y venden
productos primarios, con poco o nulo valor agregado. Con un aditamento: los
mercados adquirentes marcan los precios. Buena parte de esa producción está en
manos extranjeras.
No hablo ya del proyecto de una hipermina a cielo
abierto, con mineroducto y puerto de aguas profundas.
Hay que advertir que Uruguay pisa un terreno flojo.
Circunstancialmente existen más plazas de trabajo y un acceso mejorado a bienes
de consumo, lo que ilusiona a mucha gente.
Sin embargo, ello no borra tensiones sociales múltiples.
Entre ellas, las laborales. El gobierno se muestra omiso a aplicar la “negociación colectiva” por él creada,
con sus mismísimos empleados, lo que es factor de sucesivos y repetidos
conflictos. Por otro lado, concede paliativos de circunstancia a las bajas
pensiones, jubilaciones y sectores sociales minimizados, sumergidos en la indigencia
o al borde de la extrema pobreza. Paliativos y cazavotos. Algunos pancitos de
navidad y música.
Las viejas políticas que seguían los llamados “partidos históricos” siguen su rumbo.
La última postal la acaba de ofrecer, en septiembre
próximo pasado, el Presidente Mujica desde Estados Unidos, en sendas reuniones
con los magnates Georges Soros y David
Rockefeller.
Desde luego, estos
asuntos no pueden verse al margen de las secuencias de transformación del
mercado global del capitalismo y de los caminos seguidos por las doctrinas y
fuerzas conservadoras que sustentan el estado de cosas actual.
Sólo abarcando este contexto podrá verse la magnitud de
la renuncia ideológica de los dos últimos gobiernos.